El parásito rojo emigra; Por Omar González Moreno / @omargonzalez6
Mar de Fondo
La señal más clara de que el régimen chavista se desploma es el éxodo silencioso de los parásitos rojos del castro-comunismo cubano.
Los asesores comunistas cubanos, esos vampiros rojos que se han alimentado con la sangre de naciones ajenas durante décadas, han comenzado a desmantelar sus redes en Venezuela.
El régimen de Nicolás Maduro, ese Frankenstein ideológico forjado en La Habana, se desmorona bajo el peso de su propia corrupción, de las elecciones robadas, de recompensas millonarias por la captura del tirano y de un aislamiento global que huele a derrota inminente.
Han sido 26 años de saqueo descarado —desde el auge petrolero de Hugo Chávez hasta la actual hambruna— en los que el castro-comunismo no solo extrajo barriles de crudo a cambio de espías y médicos-esclavos, sino que también tejió una telaraña de control que asfixió la democracia venezolana.
Se trata de miles de “colaboradores” cubanos castristas infiltrados en inteligencia, salud y propaganda, chupando recursos como garrapatas en un cadáver, mientras el pueblo venezolano sufría la destrucción, el saqueo y la represión.
Pero estos parásitos rojos nunca mueren de inanición; mutan.
Con Maduro tambaleándose —amenazado por el pueblo venezolano organizado bajo el liderazgo de María Corina Machado, con una recompensa de 50 millones de dólares del Departamento de Estado y con un cerco naval estadounidense en el Caribe que susurra “cambio de régimen”— ahora hacen las maletas.
Los ojos de La Habana de Díaz Canel y sus camaradas, se vuelven codiciosos hacia Guyana.
Ese pequeño país amazónico, cuyo territorio en parte es resultado del despojo a Venezuela, con su Essequibo rebosante de oro negro descubierto por ExxonMobil, no es solo un territorio en disputa; es el próximo festín castro-comunista.
Venezuela, bajo órdenes cubanas, ha avivado la crisis fronteriza desde 2023, con referendos fraudulentos y buques militares rozando aguas guyanesas.
Eso, después de que Chávez, por órdenes de Fidel Castro, prácticamente regalara ese territorio; ahora, Maduro sueña con anexar dos tercios del país vecino.
¿Recuerdan cómo succionaron a la Unión Soviética hasta su colapso en 1991, dejando una isla en ruinas? ¿O cómo mendigaron subsidios de Europa poscomunista y de aliados efímeros?
Guyana, con sus pozos petroleros que podrían superar a Irán en 2027, representa elixir soñado: petróleo para el castro-comunismo moribundo, que ya enfrenta apagones bíblicos y una emigración masiva.
¡Qué ironía trágica! Mientras Guyana florece —con su PIB multiplicado por el auge petrolero y su pueblo levantando banderas de soberanía en conciertos patrióticos—, los herederos de Fidel sueñan con invadirla, no por justicia histórica, sino por pura avaricia.
Es el mismo guion: infiltrar, explotar, descartar. Pero esta vez, el mundo está vigilando.
Brasil refuerza sus fronteras, el mundo rechaza las farsas electorales venezolanas en el Esequibo y Washington advierte que un ataque sería “un día muy malo” para Caracas.
El domino rojo se tambalea: Nicaragua tiembla, Cuba se apaga para despertar, y Venezuela, otra víctima noble, está lista para renacer de sus cenizas.
Por los caídos en Venezuela, por una Cuba libre y por los exiliados de ambas naciones, que desaparezca de una vez por todas ese comunismo parasitario.
La libertad, al fin, late más fuerte que el petróleo y que la libertad robada.