La Llama Inquebrantable; por Pedro Galvis / @pgalvisve

En el corazón de Venezuela, donde la opresión ha echado raíces y el poder intenta apagar cualquier chispa de esperanza, se alza un grito que no se calla, una fuerza que no se doblega. Hoy, en medio de este torbellino, me niego a caer en la trampa de las críticas vacías, de los dimes y diretes que no llevan a nada. Aquí, las mentes grandes no se desgastan en señalamientos; se lanzan de cabeza a discutir ideas que pueden cambiarlo todo, que pueden devolvernos la libertad que nos pertenece.

Hablar de libertad no basta. Hay que vivirla, respirarla, pelearla con uñas y dientes. La historia de Venezuela está escrita con la sangre y el sudor de valientes que se han plantado frente a la tormenta sin retroceder. Y en ese camino, brilla con luz propia nuestra líder, María Corina Machado, un faro en la oscuridad, una guerrera que no se rinde. Su coraje es un puñetazo en la mesa, un recordatorio de que la lucha por la justicia y la dignidad no es un sueño imposible, sino una batalla que se puede ganar, incluso cuando todo parece perdido.

Los que caminamos junto a ella, hemos jurado no bajar la cabeza. Aunque la lucha nos haya empujado a las sombras, donde hemos tenido que pelear en la clandestinidad, seguimos firmes, con la mirada en alto. La verdadera revolución no empieza en las calles; arranca en nuestras mentes, en esa chispa que se niega a apagarse. Es hora de dejar atrás el veneno de las descalificaciones y los rencores. Es momento de unirnos alrededor de ideas que nos eleven, que nos hagan soñar con un futuro donde reine la justicia, la equidad y la dignidad.

Como decía Eleanor Roosevelt, nadie puede hacerte sentir pequeño sin tu permiso. En un país donde la opresión quiere robarnos nuestra esencia, nuestra grandeza, cada uno de nosotros tiene que mirarse al espejo y reconocerse como un gigante. La confianza en nosotros mismos es nuestra arma más poderosa. Al negarnos a ser definidos por el miedo o la adversidad, estamos construyendo, ladrillo a ladrillo, un futuro donde la esperanza y la tenacidad sean las protagonistas.

La historia de Venezuela nos ha dejado lecciones duras, pero valiosas. No voy a vivir lo suficiente para cometer todos los errores del mundo, pero sí puedo aprender de los que ya tropezaron antes que yo. Cada caída del pasado es una linterna que ilumina el camino, una guía para tomar decisiones más inteligentes, más valientes, más efectivas.

Rendirse a la desesperanza es el peor error que podemos cometer. En un mundo que a veces parece querer ahogarnos en la oscuridad, aferrarnos a la esperanza es un acto de rebeldía. Esa chispa nos empuja a actuar, a buscar soluciones, a no arrodillarnos ante la adversidad. Cada pequeño paso cuenta. Cada acción, por mínima que parezca, es una piedra en el camino hacia un cambio que puede sacudir los cimientos de nuestra realidad.

Para ser ciudadanos de una Venezuela libre y democrática, tenemos que construir cimientos sólidos. No se trata solo de tener comida en la mesa o un techo sobre la cabeza. Hablamos de educación que despierte mentes, de salud mental que nos fortalezca, de espacios donde las ideas puedan volar sin miedo. Una sociedad que cuida a su gente es una sociedad que puede soñar en grande.

En medio de la tormenta que azota a Venezuela, yo digo: ¡levántate y actúa! Cada uno de nosotros debe hacer su parte cuando nos toque, con coraje y determinación. Es hora de que las mentes brillantes se unan, de que las ideas libertarias tomen el escenario. La lucha por la libertad es un viaje épico que nos llama a todos. No dejaré que la opresión me diga quién soy. Al contrario, me alzaré junto a otros para construir un futuro donde la dignidad y la justicia sean innegociables. La historia de Venezuela no ha terminado, y nosotros, juntos, vamos a escribir un capítulo lleno de luz, de coraje y de esperanza.

¡Que el mundo sepa que estamos listos para darlo todo! ¡Ven el poder es nuestro!

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