La locura de Maduro: Por Omar González Moreno / @omargonzalezmoreno6
Mar de Fondo
En un acto de desesperación que desnuda su fragilidad, el régimen de Nicolás Maduro ha desatado una cacería humana sin precedentes en Venezuela.
Economistas, deportistas, comerciantes, periodistas, defensores de derechos humanos, influenciadores, religiosos, masones y ciudadanos comunes corrientes son ahora víctimas de una maquinaria represiva que no distingue rostro, profesión ni credo.
Esta ola de arrestos arbitrarios no es solo un ataque a la libertad; es la confesión de un régimen que, en su paranoia y decadencia, ve enemigos en cada sombra y percibe amenazas en cada voz que se alza.
El terror se ha instalado en las calles. Familias enteras viven con el corazón en un puño, temiendo que un comentario en redes sociales, una opinión en un mercado o una simple reunión privada desencadene la furia de un Estado que ha perdido toda legitimidad.
Economistas son silenciados por analizar la debacle económica que el régimen niega; periodistas, por contar la verdad que el régimen oculta; defensores de derechos humanos, por recordar que la dignidad no se negocia.
Hasta los deportistas, cuyo único "delito" es inspirar con su esfuerzo, y los religiosos, que predican esperanza en medio del caos, son ahora objetivos de un sistema que no tolera ni el talento ni la fe.
Maduro, atrincherado en su palacio de espejos rotos, parece haber sucumbido a una locura que lo lleva a devorar al pueblo venezolano y los extranjeros que visitan o viven en nuestro país.
Su régimen, incapaz de ofrecer pan, trabajo o futuro, recurre al garrote para sofocar el descontento.
Pero este despliegue de represión no es solo un signo de fuerza bruta; es, sobre todo, una muestra de pánico.
Cada arresto, cada puerta derribada en la madrugada, cada voz acallada a la fuerza, es un grito del régimen que reconoce su fin.
Porque un régimen que necesita encarcelar a ciudadanos comunes para sobrevivir ya no es un gobierno: es una tiranía en agonía.
La poblacion venezolano y la comunidad internacional no puede seguir mirando hacia otro lado.
Pueblo y organismos de derechos humanos, gobiernos democráticos y ciudadanos del mundo deben alzar la voz contra esta barbarie.
Venezuela no es solo un país en crisis; es un pueblo que resiste bajo el yugo de un régimen que, en su delirio, ha declarado la guerra a su propia gente.
Cada persona detenida es un símbolo de la lucha por la libertad, y cada injusticia cometida es un recordatorio de que la dignidad venezolana no se doblega.
A los venezolanos que hoy sufren la persecución, a los que despiertan con el temor de ser los siguientes, les decimos: no están solos. Su valentía, su resistencia y su esperanza son la chispa que encenderá el camino hacia una Venezuela libre.
Y a Nicolás Maduro y sus secuaces, le advertimos: la historia no absuelve a los tiranos. Cada abuso, cada lágrima arrancada, cada vida silenciada, será recordada.
El pueblo venezolano, herido pero indomable, no olvidará. Y cuando la justicia llegue, como siempre lo hace, no habrá barricada ni palacio que lo proteja.
¡Basta ya de terror! ¡Libertad para los presos! ¡Venezuela merece vivir en paz!