La corrupción chavista; por Omar González Moreno / @omargonzalez6
Mar de Fondo
En una Venezuela devastada, donde el hambre muerde las entrañas y la desesperación ahoga los corazones, la corrupción del régimen chavista -heredada de Hugo Chávez y perpetuada por Nicolás Maduro— se alza como una herida purulenta que exhibe la codicia insaciable y la impunidad de quienes han reducido a escombros la economía de nuestra nación.
Mientras el 90% de los venezolanos se hunde en la pobreza más abyecta, los jerarcas del régimen se regodean en un festín de millones robados, traicionando a un pueblo que clama por pan, medicinas y servicios públicos eficientes.
El saqueo ha sido y sigue siendo descarado, obsceno.
Los tribunales de Estados Unidos, solo en el estado de La Florida, han destapado una cloaca de corrupción que involucra el decomiso de más de 4.000 millones de dólares, según investigaciones recientes.
Cada caso es un puñal clavado en el corazón de Venezuela, una afrenta a los millones que sobreviven entre colas interminables y hospitales en ruinas.
El escándalo de los CLAP, un supuesto programa para alimentar al pueblo, es un monumento al cinismo.
Figuras como Álvaro Pulido, José Gregorio Vielma Mora, Enmanuel Enrique Rubio González, Carlos Rolando Lizcano y Ana Guillermo Luis han sido señaladas por desviar 1.600 millones de dólares, dinero que pudo haber salvado vidas, pero que engordó sus cuentas en paraísos fiscales.
Álex Saab y Álvaro Pulido, nombres que resuenan como sinónimos de traición y pillaje, encabezan una red que es acusada de estafar más de 362 millones de dólares.
Ellos son solo la punta de un iceberg podrido, el emblema de un régimen que ha convertido la corrupción en su religión.
Pero no están solos. Claudia Díaz, la otrora enfermera de Hugo Chávez, se une al desfile de la infamia con un botín de más de 136 millones de dólares, demostrando que en el socialismo chavista, cualquier cercanía al poder es un pasaporte al latrocinio.
La estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), antaño pilar de la nación, es hoy un cadáver saqueado. Rafael Ramirez, Eulogio Delpino, Nelson Martínez, Tareck El Aissami, Asdrubal Chávez, Pedro Tellechea, Luis Díaz y Luis Díaz Jr. entre otros aparecen inculpados de desviar miles de millones de dólares, transformando el oro negro en una fuente de riqueza personal mientras el pueblo se ahoga en la miseria.
Y como si no bastara, el caso de sobornos de Telefónica Venezolana, con más de 80 millones de dólares, evidencia que la corrupción chavista no es un accidente, sino un sistema meticulosamente diseñado para la corrupción.
Cada dólar robado es un hospital sin medicinas, una escuela en ruinas, un niño que se acuesta con el estómago vacío.
Cada dólar malversado es un sueño arrancado de las manos de un pueblo agotado, que ve cómo su futuro se disuelve en los bolsillos de los traidores.
La comunidad internacional, aunque lenta, comienza a reaccionar.
La justicia, titubeante, intenta alzar la voz ante este atraco monumental.
Pero en las calles de Venezuela, el clamor es ensordecedor: ¿Cuánto más debe soportar este pueblo? ¿Cuántas lágrimas, cuántas vidas rotas, cuántos exilios forzados antes de que los culpables paguen por sus crímenes?
La corrupción chavista no es solo un delito financiero; es un genocidio silencioso, un crimen contra la humanidad que ha condenado a millones a la miseria mientras los verdugos engordan sus abultadas reservas de riquezas malhabidas.
Los venezolanos, atrapados en una telaraña de desilusión y dolor, se preguntan si alguna vez podrán recuperar la prosperidad y la dignidad que les fue arrebatada por esta cuerda de malhechores y farsantes.
El pais y el mundo no puede limitarse a mirar con horror. Condenar no basta. Es hora de un cambio para que la justicia nacional e internacional actúe con mano firme, que los saqueadores rindan cuentas y que el futuro de Venezuela sea rescatado de las garras de la avaricia pervertida.
Conviene recordar que la lucha contra la corrupción no es solo una batalla por la verdad; es una cruzada por la redención de un pueblo que, a pesar de todo, nunca, nunca, nunca piensa rendirse.