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Temblor otra vez; por: Henry Cabello / @Henry_Cabello

Temblor otra vez; por: Henry Cabello / @Henry_Cabello

Estoy temblando y mis dedos dudan antes de presionar una tecla. Siento un confuso temor por las réplicas y las contrarréplicas y por algún tsunami que ande por allí oculto. Pero no es por el temblor de tierra, ni porque el “General Sigilo” esté preso. Es más bien porque la experiencia y la historia nos enseñan que las decisiones de los hombres son mucho más destructivas que las de la madre naturaleza. Piense usted, amigo lector, en las guerras mundiales, en el inclemente ataque que seguimos cometiendo contra el ambiente, en el armamento nuclear y en tenebrosos tiranos como Hitler, Stalin y los que los imitan y ya sabrá a que me refiero.

A la hora de escribir estas notas sigue creciendo la confusión, la incertidumbre y la angustia de los venezolanos. Pero insisto, no tanto por el movimiento telúrico (que ya fue eficientemente develado y controlado por nuestro insigne y glorioso Sebin), sino por el paquetazo que nos dieron en los bolsillos sin ninguna clase de lubricantes. Nuestro caso, sin duda, será estudiado y analizado en el futuro, por sesudos académicos estudiosos que tratarán de buscar explicaciones para semejante barbaridad. Temo que solo lograrán confirmar la conocida afirmación de Einstein: “La estupidez humana es infinita”.

Un amigo, chavista convencido, me explicaba que las medidas gasolineras, acabarían con el contrabando de gasolina hacia Colombia. La lógica --sin duda insuperable— es muy cierta: al asignarle precios internacionales al combustible, se acaba el negocio de los delincuentes que nos roban la gasolina. A eso repliqué que el problema es que nadie en Venezuela tendría dinero para pagar ese precio. Y allí volvió a aparecer la dichosa insistencia oficial en dividir a la población en dos categorías: los que se han fichado con el fulano CDLP (“Carnet de la Patria” por sus siglas) y los que no. Me provocó decirle que yo creía que el CDLP era la C.I., pero me frené para no desviar el tema y preferí insistir: ¿Y más o menos como funcionaría eso? “Muy simple –me explicó--, tú vas, te sacas tu carnet y cuando vayas a echar gasolina, lo presentas. En las bombas habrá un aparatico como los que se usan para pagar con una tarjeta de crédito, lo pasan y listo…” Finalizó con una gran sonrisa triunfal. ¿Y los que no tengan el carnet? “Pues sencillamente pagan el precio internacional: un dólar por litro…” O sea que el tanque de un carrito pequeño como el mío, de unos 40 Lts., costaría 40 lechugas, unos 240 millones o BsS 2.400,oo. ¿Qué tal? 

Me sentí tentado a recordarle a mi amigo dos cositas. Lo primero sería que tendrían que habilitar puntos de pago con tarjetas de crédito o débito en cada bomba, porque nadie cargaría semejante cantidad en efectivo. Sin hablar del gigantesco desafío logístico que eso significaría. Y, lo segundo, mucho más importante, es que la experiencia histórica mundial demuestra que cada vez que exista un diferencial de precios tan enorme, surgirá, irremediablemente, un mercado negro que, lejos de solucionar el problema lo empeorará. Por mi mente aparecieron tétricas imágenes de los carnetizados trasegando gasolina barata de sus tanques, en largas filas de bachaqueros, para ser vendida “a precios internacionales”, pero con descuento, en las fronteras. Y todo con la infaltable colaboración de los sufridos y nobles uniformados que prestarán su apoyo en la heroica tarea de proteger los intereses del pueblo.

No contesté nada. Decidí cambiar el tema porque preferí creer que mi viejo amigo estaba pecando por inocente e ingenuo, a creer que estaba siendo cómplice de un perverso esquema para terminar de arruinarnos y esclavizarnos a todos. Ya casi habíamos comenzado a hablar de otra cosa, cuando se le ocurrió sacar a colación el tema del “revolucionario y patriótico aumento del sueldo mínimo”…y allí fue cuando mi cuerpo comenzó a sentir ese temblor otra vez.

Luis Felipe Valera; por Pancho Aguilarte / @p_aguilarte

Luis Felipe Valera; por Pancho Aguilarte / @p_aguilarte

Pulso Popular: A confesión de parte… por: Angel Millan

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