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Renunciar a Venezuela para no acostarse con hambre

Renunciar a Venezuela para no acostarse con hambre

En la Casa de Paso Divina Providencia la comida no ha faltado desde que fue fundada como una alternativa para que los venezolanos volvieran a sentarse a la mesa

Con información de DeJusticia

En la cama 306 del Hospital Universitario Erasmo Meoz (HUEM) de Cúcuta, Colombia, una niña venezolana de un año y tres meses lucha por recuperarse. El 14 de abril ingresó al centro de salud con un peso de siete kilogramos y una estatura de 74 centímetros. El motivo de la consulta: “se me puso hinchada”, dijo su mamá.

El diagnóstico: desnutrición aguda severa, riesgo de talla baja, infección respiratoria baja, dermatitis viral, estomatitis oral, anemia, negligencia y abandono. Así lo detalla el informe médico. El 9 de mayo otros 4 niños también se encontraban hospitalizados por diagnósticos similares.

La madre alegó crisis humanitaria en Venezuela. Reconoció que no tenía cómo alimentar a su hija, que el salario que devenga no es suficiente, que no podía darle tetero todos los días y que, cuando lo hacía, lo preparaba con leche de cabra o de vaca mezclada con agua; dijo que la sopa de auyama con arroz es lo más común en su dieta.

Esta escena se ha repetido cientos de veces en el último año que la crisis humanitaria en Venezuela tocó fondo. En enero pasado, la Unicef alertó que “hay claros indicios de que la crisis está limitando el acceso de los niños a servicios de salud de calidad, medicamentos y alimentos”, lo que se ve reflejado en el innegable aumento de niños que sufren de desnutrición.

La ausencia de datos oficiales que permitan dimensionar el problema, ha obligado a organizaciones de la sociedad civil, como Cáritas de Venezuela, a levantar sus propios monitoreos sobre el hambre. En su cuarto informe del 2017, realizado entre mayo y agosto, la organización reportó que solo en el Hospital de Niños J.M de Los Ríos, de Caracas, el ingreso de menores con desnutrición severa aumentó 260% en comparación con los mismos periodos en años anteriores.

Caritas comenzó en octubre del 2016 a estudiar tres indicadores sobre situación alimentaria y nutricional (desnutrición aguda, diversidad de la dieta y estrategias de sobrevivencia), en 38 parroquias de siete estados venezolanos. Para entonces, según la coordinadora del proyecto, Susana Rafalli, la desnutrición aguda (el nivel más grave) en menores de 5 años era de 8%. El último informe, correspondiente a enero-marzo de 2018, indica que ese porcentaje se duplicó (17%).

Otro 27% de los niños tienen desnutrición leve, 34 % están en riesgo de desnutrición (han comenzado a deteriorarse) y 22% no tienen déficit nutricional.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando el porcentaje de desnutrición en un país supera el 15% se puede reconocer que se está viviendo una emergencia humanitaria de carácter nutricional. “Ahora estamos en el 17%. Esto es una emergencia”, puntualiza Rafalli

Un informe publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) el año pasado, sobre el Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional de América Latina y el Caribe, indicó que la subalimentación en Venezuela creció 3,9 % entre 2014 y 2016: esto se traduce en 1,3 millones de venezolanos. Ya para el periodo 2013-2015 existían otros 2,8 millones de personas subalimentadas en el país.

Irse a Cúcuta por un plato de arroz y frijol

En Venezuela no hay edificios destruidos, ni personas que se inmolan, tampoco bombardeos aéreos. Pero sí hay hambre, tan devastadora como la guerra misma. Resuena en los estómagos y consume a los más débiles: los niños. El dilema es, literalmente: ¿irse para sobrevivir o quedarse para morir de hambre?

Yannela Pulido, Fabiola González y Mercedes García huyeron de Venezuela hacia Colombia antes de ver caer por hambre a sus hijos. Cuando hicimos las entrevistas para este reportaje, la segunda semana de mayo de 2018, las tres habían llegado hacía dos días, dos semanas y dos meses, respectivamente, a la Casa de Paso Divina Providencia: un comedor social ubicado en el municipio de Villa del Rosario, en el departamento de Norte de Santander.

El recibimiento fue el mismo para las tres: dos platos de comida; desayunos y almuerzos que desde junio del año pasado el padre José David Cañas de la Diócesis de Cúcuta y su equipo regalan a los inmigrantes venezolanos. Aunque dos mil personas asisten diariamente al comedor, Yannela, Fabiola y Mercedes nunca han coincidido.

Pero sus historias sí: por hambre cruzaron de San Antonio del Táchira (Venezuela) hacia Villa del Rosario, y luego hacia el comedor del padre José, donde reciben un pan y una bebida achocolatada para desayunar; y frijoles, arroz, plátano, chuleta y ensalada para almorzar.

En Venezuela el salario mínimo al mes es de 3’000.000 de bolívares, así que para alimentar a una familia y comprar una canasta alimentaria básica serían necesarios por lo menos 300 sueldos mínimos. Desde hace dos años la oferta alimentaria en Venezuela no garantiza ni cubre la demanda de los ciudadanos. El promedio de energía requerido para rendir por día son 2.100 calorías pero los venezolanos viven con 1.900, asegura Susana Raffalli.

Los patrones internacionales sugieren que una buena alimentación está basada en el consumo de entre 9 y 12 grupos de alimentos. Ya en el 2016, según los estudios de Cáritas, en las parroquias más pobres de Venezuela se consumían entre 8 y 9 alimentos. En el 2017, las mismas personas consumieron solo entre 3 y 4 grupos de alimentos, siendo los tubérculos, el maíz, granos, aceite y azúcares los más comunes.

“Desaparecieron las proteínas de alto valor biológico como la carne, huevos, lácteos, frutas y vegetales, que son fundamentales para suministrar las vitaminas y minerales. Esto es bastante crítico en términos de la calidad de la alimentación”, dice Rafalli.

En la Casa de Paso Divina Providencia la comida no ha faltado desde hace casi un año, cuando fue fundada como una alternativa para que los venezolanos volvieran a sentarse a la mesa. “El papa Francisco pidió que se atendieran a los migrantes y lo hicimos. Pensamos que íbamos a servir 100 almuerzos al día pero hoy (alimentando a dos mil personas a diario) somos modelo en el mundo. Dios no tiene límites”, dice el padre Cañas.

La médica María de los Ángeles López, quien realiza consultas generales a los niños y madres que llegan al comedor, cuenta que la mayoría de los venezolanos llegan con bajo peso y muchos presentan problemas respiratorios. Es evidente que su primera motivación para cruzar el puente es poder acceder a un plato de comida.

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