El viacrucis de un ama de casa
Este miércoles de Semana Santa, Ana se levantó temprano para cumplir su devocional, pero a diferencia de otros años, antes de ir a la iglesia decidió ir a comprar comida, pero el hampa la detuvo
Niurka Franco
@ConFranqueza
A las 4:30 de la mañana, Ana saltó de la cama, su reloj biológico le advirtió que ya era la hora. De prisa se preparó y una vez ataviada con un pantalón negro y camisa morada, cumpliendo la promesa hecha por su madre cuando casi muere de gastroenteritis, echó un vistazo a la calle y salió presurosa rumbo al Abasto Bicentenario, donde la noche anterior le habían avisado que venderían pollo, carne y detergente en polvo.
En la calle todavía oscura, caminó a pasos acelerados, mientras susurraba el Padre Nuestro. Llegando a la avenida su espíritu se apaciguó al ver las luces de un autobús que se detuvo para esperarla.
Mientras observaba por la ventana del colectivo, le llamó la atención que pese a la hora, había bastante movimiento de personas, tal vez porque otros al igual que ella, madrugaron para comprar en Limpiatodo y Todo Hogar de Lechería y Colinas del Neverí respectivamente.
La unidad se detuvo en una de las paradas de la intercomunal, justo a la altura del Seguro de Las Garzas. Un hombre apoyado en una muleta subió a la unidad y de inmediato comunicó: “Señores esto es un atraco, entréguenme el dinero que tengan”.
De inmediato los pasajeros e incluso el chofer procedieron a cumplir la orden del desconocido, quien una vez logrado su cometido, descendió sin apoyo con paso rápido.
A Ana sólo le faltaban algunos metros para llegar a su destino. Cuando bajó de la buseta ya el sol despuntaba y aún con las piernas temblorosas por el susto, cruzó la avenida para devolverse.
Tras el recorrido de casi una hora a pie, entró a una iglesia donde la imagen del Nazareno sobresalía con la cruz a cuesta, bordeada de muchas flores. Ana no pudo contener el llanto y pasó largo rato orando en el recinto.
Al salir, a unos 500 metros, vio la larga fila de personas frente a un establecimiento en Colinas del Neverí. Entre el centenar de almas pudo mirar al hombre que horas antes había asaltado el autobús.
Esperanzada, llamó a un policía y le narró lo sucedido porque el hombre se apoyaba en el bastón, tal vez como excusa para ingresar sin mucho problema, pero su sorpresa fue grande cuando el uniformado se limitó a decirle que sin testigos su denuncia no procedía, porque cómo podía ella demostrar que ese hombre de la cola es el mismo que la robó?.