Uribe bajo fuego; Por Omar González Moreno / @omargonzalez6

Mar de Fondo

En la historia política de Colombia, pocos líderes han hecho tanto por su país como Álvaro Uribe Vélez, a quien ahora la izquierda y el narcotrafico quieren liquidar.

Uribe ha sido, para millones de colombianos, un símbolo de esperanza, seguridad y lucha inclaudicable contra las adversidades que han azotado a su país.

Sin embargo, en los últimos años, hemos sido testigos de un intento sistemático y despiadado de liquidar políticamente a este hombre que marcó un antes y un después en la historia nacional.

Álvaro Uribe asumió la presidencia en 2002, en un momento en que Colombia parecía desangrarse en medio de la violencia guerrillera, el narcotráfico y la pobreza.

Su política de Seguridad Democrática, devolvió a los colombianos la posibilidad de transitar por las carreteras, de recuperar territorios que parecían perdidos y de sentir que el Estado podía enfrentarse a los grupos armados que durante décadas sembraron el terror.

Bajo su liderazgo, las FARC y el ELN fueron debilitados, los secuestros disminuyeron drásticamente y la economía experimentó un crecimiento que permitió a muchos un futuro mejor.

Uribe no fue solo un presidente; fue un símbolo de resistencia, un hombre que, con su incansable energía y su conexión directa con el pueblo, logró que millones de colombianos volvieran a creer en su país.

Su estilo, cercano y sin filtros, lo convirtió en un líder amado por las mayorías, pero también en un blanco para quienes veían en su figura una amenaza a sus intereses subalternos.

Por eso desataron una verdadera cacería política en su contra.

Desde que dejó la presidencia en 2010, Álvaro Uribe ha enfrentado una serie de procesos judiciales y mediáticos que muchos consideran una persecución orquestada y maléfica de la izquierda.

Los señalamientos en su contra, que incluyen supuestos vínculos con grupos paramilitares y casos de interceptaciones ilegales, han sido utilizados por sus detractores como armas para intentar deslegitimar su legado y silenciar su voz en el escenario político.

El momento más doloroso para sus seguidores llegó en agosto de 2020, cuando la Corte Suprema de Justicia de su país ordenó su detención domiciliaria en el marco de un proceso por presunta manipulación de testigos.

Para quienes admiramos a Uribe, esta decisión no fue solo un golpe judicial, sino una puñalada a un líder que dedicó su vida a Colombia.

La imagen de Uribe, confinado en una finca, fue para muchos un símbolo de injusticia, una afrenta a alguien que enfrentó a las FARC, al ELN, al narcotráfico y a la adversidad con una valentía que pocos han igualado.

Colombia es un país profundamente dividido, y la figura de Uribe es quizás el epicentro de esa polarización.

Incluso con Gustavo Petro en la presidencia, Colombia está de nuevo a punto de caer en otra vez en una oleada de violencia incontrolable de los terroristas y narcotraficantes.

Para la mayoria de los colombianos, los procesos en contra del expresidente Álvaro Uribe no son mas que una venganza política, un intento de las élites corruptas y de sectores de izquierda de destruir a un hombre que se convirtió en el principal obstáculo para sus agendas.

A pesar de los intentos de liquidarlo políticamente, Uribe no se ha rendido.

Su voz sigue resonando en el Congreso, en las redes sociales y en el corazón de millones de colombianos que ven en él un faro de esperanza.

Su partido, el Centro Democrático, continúa siendo una fuerza política relevante, y su influencia en el debate público es innegable.

Para sus seguidores, Uribe es más que un político; es un símbolo de lucha, un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, es posible resistir y seguir adelante.

El intento de liquidar políticamente a Álvaro Uribe Vélez no es solo una batalla política; es un drama que refleja las profundas divisiones que persisten en Colombia.

Cada acusación es un intento de borrar un legado que transformó al país.

Y ojalá los colombianos se vean en el espejo de Venezuela, Cuba y Nicaragua y no caigan en las manos de bandas criminales con caretas de vengadores.

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