No Nos Desentendemos. Unidos con Fuerza por Nuestra Libertad

Este 5 de julio, un día que antes celebrábamos con el pecho henchido de orgullo por nuestra Independencia, se alza ante mí como un recordatorio agridulce de lo que hemos perdido y de la titánica tarea que aún nos espera. Desde 1999, he sido testigo del desmantelamiento sistemático de nuestras instituciones, un proceso que ha erosionado los cimientos de nuestra libertad y desdibujado el contrato social que, aunque imperfecto, sostenía nuestra democracia. Hoy, en lugar de alzar copas, me detengo a contemplar una realidad que me exige reflexión y acción.

La dictadura en Venezuela ha fracturado el alma de nuestra sociedad. Las relaciones humanas, antaño tejidas con calidez y confianza, se han desgastado hasta volverse frágiles. La jovialidad que nos definía ha dado paso a la sospecha; la confianza, ese hilo invisible que une a las comunidades, se encuentra en su punto más bajo. Reconstruir nuestra democracia sin antes sanar estas heridas y desmantelar las desigualdades estructurales sería como edificar un castillo sobre arena. La tarea es colosal, pero no imposible.

El 5 de julio no es solo un eco del pasado; es un grito que resuena en el presente, recordándonos el valor de quienes desafiaron un orden opresivo para conquistar la libertad. En este contexto, el liderazgo de María Corina Machado brilla como un faro en la tormenta. Su incansable lucha y su visión estratégica han encendido una chispa de esperanza en la búsqueda de la democracia y los derechos humanos. María Corina no solo lidera: inspira, moviliza y nos recuerda que el verdadero poder reside en una ciudadanía empoderada, capaz de transformar su destino.

Como afirmó Winston Churchill, “el precio de la grandeza es la responsabilidad”. Estas palabras resuenan en mí como un llamado personal. Cada uno de nosotros lleva en sus manos la capacidad de desafiar las narrativas que perpetúan la injusticia y la desigualdad. Seguir el ejemplo de líderes como María Corina no es una opción; es un deber.

La desconfianza hacia la política y sus actores ha sembrado una peligrosa apatía en nuestra sociedad. Hannah Arendt nos advirtió que el mal no siempre surge de la maldad deliberada, sino de la indiferencia y la ausencia de pensamiento crítico. Cuando los ciudadanos nos apartamos, cedemos terreno al abuso y la corrupción. No podemos permitir que la desilusión nos paralice.

El nuevo orden que anhelamos debe nacer de un gobierno fuerte pero contenido, anclado en la ley y en el respeto absoluto por la soberanía de sus ciudadanos. No debe ser un sembrador de miedo, sino un faro de progreso y bienestar. La superación de la pobreza no es un lujo, sino un pilar esencial para la libertad. Solo una Venezuela unida, digna y próspera podrá reclamar su lugar en la historia.

Dios nos ha otorgado una oportunidad sagrada para enderezar el rumbo de nuestra nación, pero esta oportunidad exige una responsabilidad inquebrantable. La liberación no es un regalo; es una conquista que demanda nuestro esfuerzo individual y colectivo. La confianza, aunque frágil, puede renacer si actuamos con integridad, si dialogamos con sinceridad y si trabajamos codo a codo para sanar las grietas que nos dividen.

La resiliencia es nuestra mayor arma. A pesar de las adversidades, he aprendido que los momentos más oscuros son el preludio de nuevos amaneceres. La historia nos lo ha demostrado: de las cenizas surgen las revoluciones. La confianza renacerá cuando nos unamos en torno a un propósito común, cuando transformemos el dolor en acción y el desencanto en esperanza.

El poder es nuestro. No solo en las urnas o en las calles, sino en nuestra capacidad de reconstruir nuestras relaciones, de reimaginar nuestra sociedad, de forjar un futuro que honre a quienes lucharon antes que nosotros. Este 5 de julio, no lamento lo perdido; elijo celebrar la oportunidad de renacer. Que esta fecha nos sacuda, nos inspire y nos recuerde que la independencia no es un hecho del pasado, sino un proceso vivo que depende de cada uno de nosotros.

No nos desentendemos. Al contrario, estamos unidos con una fuerza indomable, listos para edificar una Venezuela libre, justa y democrática. La esperanza es nuestro motor; la acción, nuestro destino. ¡Es hora de levantarnos y hacer historia!

¡El poder es nuestro!

Artículo de: Salvador Corazón de León

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