Armas en lugar de alimentos; Por Omar González Moreno / @omargonzalez6

Mar de Fondo

En un país donde el hambre acecha, los hospitales colapsan y la precariedad de los servicios básicos se ha convertido en el pan de cada día, la noticia de que Rusia, a través de Rostec y Rosoboronexport, construye una fábrica de municiones y fusiles Kaláshnikov en Venezuela, y que Irán instala una planta de drones con capacidad misilística, no es solo un titular, es un puñetazo al rostro de un pueblo que clama por soluciones reales a sus problemas.

Mientras los venezolanos luchan por sobrevivir en medio de una crisis humanitaria sin precedentes, la decisión de priorizar la producción de hasta 70 millones de cartuchos anuales y la fabricación de fusiles de asalto y drones militares en Maracay es una afrenta a la dignidad de una nación que merece vida, no muerte.

Venezuela no necesita más armas. No precisa fábricas que alimenten conflictos ni arsenales que refuercen el control de un régimen sobre un pueblo agotado.

Lo que Venezuela necesita son hospitales equipados, escuelas dignas, alimentos en las mesas y oportunidades para que sus jóvenes no tengan que huir en busca de un futuro.

Sin embargo, en lugar de eso, se nos ofrece el estruendo de los fusiles y el zumbido de drones iraníes.

¿Es este el destino que merecemos? ¿Es esta la respuesta a las súplicas de madres que no tienen cómo alimentar a sus hijos o de enfermos que mueren por falta de medicinas?

La declaración de Oleg Yevtushenko, directivo de Rostec, resuena como una burla: “Garantizaremos un ciclo completo de producción de munición y fusiles de asalto Kaláshnikov para el ejército venezolano, la policía y otras fuerzas del orden (como el Tren de Aragua)”.

¿Para qué? ¿Para qué más armas en un país donde la verdadera guerra se libra contra el hambre, la enfermedad y la pobreza?

La construcción de esta fábrica rusa y la planta iraní en la base aérea Libertador, en Palo Negro, Maracay, para la producción de drones militares con capacidad para transportar misiles, no es un signo de progreso: es un paso más hacia la militarización de una nación que ya está de harta de violencia.

Mientras Rusia e Irán invierten en herramientas de guerra, los venezolanos seguimos esperando por inversiones en salud, educación y empleo.

Cada cartucho producido es un recordatorio de las prioridades torcidas de quienes usurpan el poder.

Cada dron armado es una bofetada a los sueños de un pueblo que no pide balas, sino pan; no fusiles, sino futuro.

La presencia de estas fábricas no fortalece a Venezuela, la debilita, la condena a un ciclo de violencia y represión que solo beneficia a quienes prosperan en el caos.

No podemos quedarnos de brazos cruzados ante esta traición.

Es hora de alzar la voz y exigir que los recursos de nuestra tierra se destinen a sanar, no a herir; a construir, no a destruir.

Venezuela merece más que ser la cabeza de playa en América para los intereses militares de potencias extranjeras, como Rusia, China o Irán.

Merece ser la cuna de la esperanza, el hogar de un pueblo que, a pesar de las adversidades, sigue luchando por un mañana mejor.

Que este sea el grito de un pueblo que no se rinde: ¡queremos vida, no muerte! ¡Queremos paz, no guerra! ¡Queremos ser libres, no rehenes de las armas!

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