Viacrucis venezolano: Por Omar González Moreno / @omargonzalez6
Mar de Fondo
La Plaza Altamira de Caracas se ha erigido una vez más como un faro de resistencia y esperanza para las familias de los presos políticos en Venezuela.
En esta emblemática plaza, se llevó a cabo un viacrucis desgarrador, donde se reflejaron el dolor, la incertidumbre y la lucha incansable por la libertad de sus seres queridos.
Caminando con carteles que portaban los rostros de sus familiares detenidos, cada paso que dieron por las 14 estaciones que representan los momentos más importantes de la Pasión de Cristo,
fue una mezcla lacerante de tristeza y determinación.
Sus corazones, latiendo al unísono, clamaban justicia en medio de un sistema que parece desentenderse de su sufrimiento.
La Plaza Altamira, impregnada de un aire de resistencia, se convirtió en el escenario donde emergieron historias de valentía, amor y sacrificio, resonando en cada rincón.
Estas mujeres y hombres, muchos de ellos madres, esposas y abuelas, transformaron la vigilia en un acto de fe en la búsqueda de un día en que sus seres queridos puedan, al fin, regresar a casa.
A través de lágrimas sobre la tierra seca de la esperanza y abrazos cargados de añoranza, se alzaron como portavoces de un mensaje poderoso y claro: nadie debería ser encarcelado por sus ideas.
Su perseverancia y su voz resonaron más allá de las frías paredes de las cárceles, tocando el corazón de quienes, aún en la lejanía, creen en la justicia.
El viacrucis fue, simultáneamente, un llamado urgente a la comunidad internacional, un grito quejumbrosa que retumbó en el silencio de un sistema que silencia.
Alzando sus voces en medio del opresivo silencio, las familias de los presos políticos recordaron que la lucha por la libertad es, sin duda, universal.
Cada paso en la Plaza Altamira se convirtió en un paso hacia la esperanza, una luz que nunca debe apagarse, incluso en la oscuridad más profunda.
En un país donde la libertad se ha vuelto un lujo, estas familias encarnan la lucha por los derechos humanos, recordándonos que, aunque el camino es arduo y doloroso, la fe en un futuro mejor es lo que realmente mueve montañas.
La Plaza Altamira sigue siendo testigo fiel del sacrificio y la resistencia, un símbolo imperecedero de que, en la adversidad, el amor y la esperanza siempre encontrarán la manera de prevalecer.