El Padre Quinto y la caída de la dictadura; Por Omar Gonzalez Moreno / @omargonzalez6
Crónicas de Anzoátegui
Un cura, un locutor y un joven médico fueron portavoces de la caída de Marcos Pérez Jiménez en Puerto La Cruz.
En la madrugada del 23 de enero de 1958, el padre Quinto de la Bianca hizo tañer las campanas y por un altoparlante ubicado en la cima de las empinadas escalinatas de la Iglesia Santa Cruz anunció la buena nueva.
Era la señal que esperaban en la Radio "Ondas Porteñas", el profesional de la locución Rafael Bellorín Malaver y el joven médico Ovidio González para hacer llamados de alborozo:
"¡Cayó la dictadura!, ¡Viva Venezuela libre!, ¡El pueblo y el ejército conscientes han depuesto al tirano! ¡Terminó el terror! ¡Se acabó el miedo! ¡Libertad para los presos políticos! ¡Todos a la plaza Bolívar a celebrar el triunfo y el regreso de la libertad a Venezuela!", gritaban.
El padre Quinto, fue un influyente sacerdote que no solo proclamó el derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez en Puerto La Cruz, sino que sembró de iglesias, hospitales y colegios esa ciudad.
Fue amigo y consejero de pontífices, cardenales, obispos, presidentes, gobernadores, ricos, pobres, jóvenes y viejos.
El padre Quinto Antonio Della Bianca, llegó a Venezuela sólo con el lindo cuerpo de Dios entre las manos.
Con ese formidable equipaje a su paso brotaron numerosas iglesias, hospitales, escuelas y liceos, hechas para alcanzar los cielos y contarle al mismísimo creador que su palabra por fin ha tenido eco en esta parte del mundo.
El Padre Quinto, nació en Friuli, una región italiana cerca de Austria, el 20 de julio de 1.914.
Llegó a Venezuela en 1.932 y veinte años más tarde; es decir, en 1952, fue nombrado párroco de Puerto La Cruz.
Mientras estuvo en Caracas, fue maestro en el Colegio Salesiano de Sarría y cura párroco de las más humildes barriadas de la capital de Venezuela.
Cuando llegó a Puerto La Cruz, en plena dictadura, ésta era, según sus propias palabras, una población pequeña en la que la mayoría de los habitantes se dedicaban a la pesca.
Poco antes de su llegada, el modesto santuario donde se veneraba a la Santa Cruz, estaba ubicada en la actual Plaza Monagas.
Luego, la laboriosa comunidad católica portocruzana construyó la moderna iglesia de la Parroquia.
Sobre este particular, el historiador Maximiliam Koop dice que “El padre Quinto Antonio Della Bianca fue por mas de tres décadas interrumpidas el principal hacedor de este hermoso templo el cual se caracteriza por sus sobrias formas, su campanario y una amplia escalinata que, a parte de hacerle pensar que llegan al cielo, le guiaran hasta la presencia de la milagrosa Santa Cruz de Puerto La Cruz”.
Desde ese entonces la figura menuda del Padre Quinto enfundada en su sotana, fue familiar para todos los pobladores de Puerto La Cruz, sin distingos de ninguna naturaleza.
Hasta las olas de la bahía de Pozuelos supieron de los afanes del Padre Quinto, no sólo por la construcción de otras 19 iglesias, auspicios, hospitales y unidades educativas como el Colegio Pío XII, el Domingo Savio y el Liceo Calatrava de la ciudad porteña; sino por la defensa de las libertades.
De hecho, el Padre Quinto además de su participación protagónica en la caída de Pérez Jiménez, se dedicó a proteger a los perseguidos de esa dictadura.
El historiador, abogado y periodista Víctor Gil reseña la actuación del padre Quinto el 23 de enero de 1958 de la siguiente manera:
“De repente, a la primera hora de la madrugada, una voz de domingos, penitencias y consejos, alzó el grito y descorrió el cortinaje del escenario oscuro:
Era la voz del padre Quinto Antonio Della Bianca. Si, era la voz de panela, ronca y dulce, del padre Quinto que anunciaba:
¡Pueblo de Puerto La Cruz, somos libre! ¡El tirano se va! ¡La dictadura ha caído!
Una y otra vez el altoparlante de la empinada iglesia resonaba con aquella llamada de despertar.
Era el 23 de enero de 1958 y en este rincón de mar tan aquietado, gracias al Padre Quinto también se conocía la buena nueva.
En esa Puerto la Cruz llena de doctores, era al Padre Quinto a quien buscaba la gente para pedir consejos y orientaciones.
Por allí desfilaron cardenales, obispos, presidentes de la Republica, gobernadores, ricos y pobres, jóvenes y viejos; y nadie salió con el ánimo vacío; y hasta el mismísimo Papa San Juan Pablo II le oyó sus consejos, durante una de sus visitas a Venezuela.
El Padre Quinto acababa de cumplir 97 años cuando murió en Caracas y hasta su último suspiro decía que su labor aún no había terminado, pues aún no cristalizaba su sueño de construir el centro socio-religioso Nuestra Señora de Fátima, mientras su cuerpo se encogía por el peso de los años y sus dedos se alargaban en el hermoso ejercicio de rezar.