Nada más que decir; por Henry Cabello / @Henry_Cabello
Hacen hoy exactamente treinta y cuatro años desde que esta columna salió impresa por primera vez el viernes 2 de Noviembre de 1984. Luego de varios intentos sabiamente rechazados por nuestro inolvidable Jesús Márquez: "No estás escribiendo para un jurado examinador de tesis académicas, sino para el gran público...este es el periódico del pueblo...corrige y escribe para ese público..." finalmente salió la columna al aire, acompañada de una gentil nota de introducción redactada por el propio Jesús. Se titulaba "Algo que decir" y la transcribo aquí parcialmente por razones que se verán al final:
"Muchos de nosotros, siguiendo una vieja costumbre española, convenientemente aderezada con picantes sabores indígenas, acostumbramos a opinar sobre cualquier cosa, aun cuando no tengamos ni el más remoto conocimiento de la materia que se está tratando. Todos sabemos de política y juzgamos con severidad implacable las actuaciones de aquellos a quienes nosotros mismos escogemos para desempeñar funciones públicas. O, en caso de que cuenten con nuestra simpatía, los defendemos con un ardor retórico digno de mejores causas. Señalamos con precisión absoluta las faltas de nuestros vecinos e ignoramos con pícara sabiduría nuestras propias faltas. Somos periodistas, locutores, educadores, gobernante, poetas y críticos musicales. Y, claro está, todos estamos en capacidad de recetar un medicamento para cualquier tipo de mal: desde las intoxicaciones alimenticias hasta el cáncer, pasando por los dolores de muelas y el resfriado común.
Todos creemos saber dónde está el remedio para nuestros problemas y todos tenemos una fórmula milagrosa para rescatar al país de un desastre que siempre se avecina y que no parece llegar nunca. Puede que esa característica nuestra de querer saberlo todo provenga de algún lejano deseo greco-latino de parecer sabio. O de alguna imperiosa necesidad de no reconocer la propia ignorancia. Como aquellos navegantes españoles y portugueses que afirmaban conocer una nueva ruta hacia las Indias sin haberla transitado jamás, basándose en conjeturas y teorías más o menos descabelladas para su época.
Esos mismos conquistadores, cuando le preguntaban a los indios cual era la ruta hacia la mítica ciudad de El Dorado, nunca recibieron la ignorancia por respuesta. Cada cacique conocía "perfectamente bien" el camino correcto y daba precisas instrucciones acerca de cómo llegar allá. Y los conquistadores, confiados, emprendían viaje sin sospechar que los indios, como los niños, si no la sabe, la inventa..."
Luego de unas 1.700 columnas entregadas puntualmente a las prensas, caigo en cuenta de que no he hecho otra cosa que repetirme a mí mismo. Hace 34 años creía tener "Algo que decir"...hoy no estoy tan seguro. Hemos dicho mucho y, en todo caso, algo se habrá quedado en el tintero. Lo asombroso es que lo mismo que me preocupaba hace tres décadas, sigue estando igual o peor. Así que creo llegado el momento en que hay que hacerse a un lado y permitir que otros hagan lo suyo. Por eso he decidido poner punto final a este compromiso. Con el agradecimiento a EL TIEMPO, por el privilegio de haber usado sus páginas para ventilar mis ideas y a los lectores que aún quedan, por tomarse la molestia de leerlas. Ya se sabe que solo la muerte es definitiva, así que no hay adiós sino hasta pronto.
No hay que especular. No hay presión ni temor. Nadie me obligó a comenzar y nadie me obliga a terminar. Tal vez quede alguna batalla que librar en las redes. Ya veremos. Uno no sabe, tal vez pueda tratarse de que ya no tenga nada más que decir.