Contra el purismo; por: Alberto Barrera Tyszka / @BarreraTyszka
Es muy difícil ser oposición en Venezuela. Entre otras muchas cosas porque se necesita reinventar la política, las formas de lucha y de negociación. Porque el poder cambia las reglas de juego a su antojo y utiliza el sistema judicial con crueldad y sin pudor. Porque los liderazgos ya no pueden descansar en los medios de comunicación, porque también el oficialismo secuestró las ondas hertzianas y controla —de diversas maneras y con distintos métodos— el panorama mediático en el país. Es muy difícil ser oposición cuando la institucionalidad funciona como un maquillaje, cuando la Constitución sólo es un accesorio quita y pon. Si algo ha quedado patente en estos meses, desde el 6 de diciembre hasta hoy, es que el chavismo ha reducido al Estado a su condición más primitiva: un aparato represivo y censurador, una maquinaria opaca, incapaz de enfrentar la sucesión sin torcer la ley, crear conflictos o aplicar la violencia en cualquiera de sus formas.
Todo esto, sin embargo, no implica que no haya que generar discusiones, que no se puedan realizar cuestionamientos. Porque por supuesto que el liderazgo de la oposición se equivoca. Y por supuesto que, además, cada bando tiene su propia agenda. Y es natural, además, que la tengan. Y es natural que también, a veces, se desesperen. Llevan demasiados años tratando de sobrevivir. Si no es fácil ser oposición, por eso mismo también es necesaria la crítica. Incluso puede ser una experiencia colectivamente oxigenante. Y el debate puede y debe ser amplísimo: desde la salida en el 2014, cuyas consecuencia todavía vivimos, hasta el incomprensible regreso al país de Manuel Rosales y la aparición de Timoteo Zambrano como representante de quién sabe quién en los diálogos con el gobierno; desde la apuesta por el Revocatorio, en desmedro de las elecciones regionales por ejemplo, hasta la falta de un discurso más articulado y directo con respecto a la tragedia económica que vive la mayoría del los venezolanos; desde las legítimas aspiraciones presidenciales que pueda tener cada quien, hasta los pactos o negociaciones que se establecen o no con el oficialismo…Todo puede ser material para la polémica. Lo único que no deberíamos permitirnos es el purismo.
El purismo de aquellos que creen que los líderes de la oposición en realidad están financiados por el chavismo. El purismo de los que proclaman que es muy fácil salir del oficialismo, de los que piensan que Maduro sigue ahí gracias a un pacto con la MUD. El purismo de quienes creen que todo aquel que no piensa como ellos o es un chavista o es un infiltrado, un tránsfuga, un tibio, un amanerado ideológico, un tonto útil. El purismo de quienes, desde la peligrosísima trinchera del Twitter, saben exactamente qué hay que hacer para derrocar al gobierno. El purismo de los que sueñan con tanques voladores. El purismo de los que creen que la historia se parece a un poema de Mario Benedetti. El purismo de aquellos que sentencian que el interés personal es una cochinada, que cualquier negociación es una traición. El purismo de quienes se sienten la única oposición químicamente inmaculada frente al gobierno. De quienes siempre están un paso más delante de la realidad. De quienes son rebeldes sin ningún riesgo.
La oposición ha cometido errores. Seguramente muchos…pero no demasiados más que el oficialismo, donde también hay interés, divisiones, agendas distintas, equivocaciones mayúsculas. Pero la casta que nos gobierna los disfraza. Sobrevive a sus errores ejerciendo perversamente el poder, malversando el tiempo y el dinero de los venezolanos, manipulando todo mediáticamente, abusando de la autoridad y de la fuerza.
En medio de un país extraviado, que se quedó sin política, sin formas, mucho le cuesta a la oposición ser la oposición. La existencia de esa palabra ya esconde una épica. Y no hay otra salida que esta dificultad. El purismo es un berrinche amateur. Un lujo que sólo pueden darse aquellos que viven fuera de la historia.