Bailando en la cubierta del Titanic; por: Héctor E. Chamis / @hectorschamis
El gobierno de Venezuela tiene una particular capacidad para naturalizar el espanto
El barco se hunde y la elite baila en la cubierta. Algunos lo hacen por negación. Si el Titanic es indestructible, el país con la mayor reserva de petróleo del mundo no podría ser menos. Otros bailan por convicción, el capitán jamás abandona su barco. El chavismo tampoco, no tendría donde ir. Es una predestinación, el desenlace de una historia con final conocido y, ahora, cercano.
Haga el lector una búsqueda en las redes sociales. Una palabra es “Venezuela”. Combínela con otras, por ejemplo, “alimentos”. Allí se ven las innumerables fotos de los estantes vacíos y las largas colas en la puerta de algún mercado, de muchos. Tal vez ese día había harina o leche. Es la rutina de hacer colas y tener que ir de un lugar a otro. Es el desabastecimiento como instrumento de control social.
Escenas que se repiten, pero si uno retrocede en el timeline notará diferencias. Es que la frecuencia y la extensión de las colas han aumentado recientemente. Peor aún, las fotos y videos de hoy muestran corridas y violencia al entrar en los mercados, además de robos de camiones y supermercados. La otrora pasividad de las colas deviene en la explosión de esa acumulada angustia colectiva. Estampidas y saqueos, indicadores tempranos de hambruna.
La próxima palabra es “medicinas”. Las redes están plagadas de súplicas. Hace tiempo que no hay drogas para quimioterapia. Más recientemente, también se registra escasez de analgésicos y antibióticos. Sugiero al lector buscar “Augmentin”. Es un compuesto de amplio espectro, que puede tener uso pediátrico, con base en Amoxicilina, un antibiótico tradicional. No se consigue en la farmacia real ni en la virtual. Augmentin es trending topic.
Busque ahora “crimen” y cualquiera de sus términos relacionados. Allí están los tweets de los usuarios de la línea 1 del metro de Caracas. Relatan el ingreso de una pandilla al tren, la posterior interrupción del servicio eléctrico, el pánico, las corridas en los rieles oscuros. Siguen con el posterior robo y la impunidad, al llegar al lugar funcionarios de seguridad que no pudieron aprehender a los malhechores. O que no lo intentaron, no hay forma de saber con certeza. Caracas es la ciudad más violenta del planeta.
Las comparaciones pueden ser odiosas y las estigmatizaciones, inadmisibles, pero es imposible no pensar en Siria, una tragedia humanitaria que se ha desarrollado en cámara lenta ante los ojos de una comunidad internacional que hizo demasiado poco, demasiado tarde. Una tragedia que se mide en medio millón de victimas y más de cuatro millones de refugiados.
Venezuela no está en guerra—convencional, esto es—pero exhibe una vasta destrucción material, una profunda descomposición del tejido social y una crisis humanitaria en ciernes. El numero de víctimas del crimen es su guerra y el régimen ya ha causado una crisis de refugiados en el pasado, en Táchira en 2015. Habiendo hambre, enfermedad y miedo, no es descabellado pensar en otra. Cuántos serán, es la pregunta, y con qué consecuencias para la estabilidad de la región.
La elite gobernante niega. Exigua en botes salvavidas, baila. La oposición intenta dar respuestas, pero a veces también está en modo de negación, sin terminar de entender la magnitud de esta bomba de tiempo. En parte se comprende: ¿cómo se hace para ser oposición del chavismo? El gobierno tiene la extraña capacidad de naturalizar el espanto. Hace como si las cosas siguieran su curso normal. Hasta emite decretos, en un país que se disuelve y en el que los presos políticos siguen en sus celdas. No se debe olvidar eso.
Como en Siria, la comunidad internacional sigue sin hacer lo necesario. Luis Almagro ha sido un demócrata, hay que enfatizarlo, revitalizando una OEA moribunda y dando su propia batalla por las libertades y derechos, pero en soledad quijotesca. Unasur y CELAC actúan como pantalla de Maduro, no por ideología sino por temor al efecto dominó de su caída. Colombia, además, lo necesita porque Maduro es uno de los garantes del plan de paz. Así como suena.
Por si fuera poco, hay elecciones en las Naciones Unidas y tal vez nadie tenga incentivos en incomodar al gobierno de Venezuela. Es el turno de Europa, pero algunos dicen que a la canciller colombiana no le disgustaría ser la primera mujer Secretaria General. El razonamiento podrá ser miope, en exceso, pero no por ello infrecuente. Ocurre que Venezuela está en el Consejo de Seguridad. No paga su cuota con el organismo, ergo no puede votar en la Asamblea General, pero se pasará el año entero en el Consejo, sin perder el voto allí y presidiéndolo en este mes de febrero.
Esta sí que es una extraña manera de lograr que las cosas sigan su curso normal, bailando en la cubierta de primera clase mientras el barco se hunde.
Este artículo fue publicado originalmente en: El País