¿Qué cambió con Chávez?, por: Ángel Arellano (@angelarellano)
El apalancamiento de la figura de Chávez en la escena política de Venezuela no dependió únicamente de su forzosa aparición tras un golpe de Estado fracasado, se debió a un tejido de situaciones entre las que figura la descomposición del sistema institucional democrático, perturbado y disminuido por la crítica que ventilaba la totalidad de los sectores que influenciaban la opinión pública, así como la decadencia de una administración estatal cada vez más ineficaz, divorciada de las demandas nacionales y marcada por una corrupción que, como dice Ramón Escovar Salom, uno de los sepultureros más efectivos del puntofijismo, era “prácticamente artesanal” antes de la abundancia y el despilfarro que trajo consigo el V Plan de la Nación y “La Gran Venezuela” de los setentas.
En palabras de Carlos Rangel: “Las naciones no viven en un vacío, sino que sufren o disfrutan de la red de relaciones de fuerza tejida entre todos los centros de poder del mundo. De modo que la desaparición de un gobierno o su entronización, la estabilidad o el naufragio de un tirano, de un demagogo, de un demócrata pueden deberse a causas mucho menos obvias que la intención armada”.
Es incongruente la afirmación de que con Chávez cambió el patrón de valores que rige a la sociedad venezolana. La Revolución Bolivariana es un saco de argumentos vacíos. Los últimos 15 años de la historia nacional han sido terreno fértil para la reivindicación exacerbada, hasta llegar a niveles evidentemente dañinos y tóxicos para la institucionalidad y la independencia de los poderes de una democracia promedio, de los valores más oscuros que yacían, desde los remotos inicios coloniales, en el subconsciente de la población.
No existió estímulo más potente para la exposición de estos valores oscuros que la conducción del gobierno por parte del chavismo, el símbolo más ilustrativo del lado negativo que hemos tenido paciente durante mucho, esperando su turno para entrar en escena y, que poco a poco, pasó de ser un conjunto de debilidades puntuales y malas costumbres en el comportamiento nacional, para convertirse en Ley y reglamento.
Nuestro subdesarrollo, el subdesarrollo de la Venezuela que hoy tenemos, es primero político antes que económico. Está en las instituciones, en el sistema, en los partidos, en las organizaciones, en las empresas, en las escuelas, en los maestros y en los sabios, no en el campo, en la costa, en la montaña y en el recurso humano subutilizado y desesperanzado que pulula por las desagradables e inseguras calles que antaño fueron el escenario del derroche de la renta petrolera que nos ha condenado desde el reventón del Zumaque I hace 100 años. Eso no cambió con Chávez.
Con Chávez sólo cambió el capitán, no el barco. Thomas Jefferson esgrimió un poderoso argumento, “La voluntad de cada nación”, que en mucho contribuyó con la edificación de una gran potencia, aun cuando en la televisión nacional la propaganda oficial muestre que “ser antiimperialista es ser de izquierda” o “ser antiimperialista nos hace más venezolanos”. La voluntad de nuestra nación ha sido estar bajo el autoritarismo de Chávez y posterior desastre de Maduro.
Sin embargo, así como sube y baja la marea del mar que nos bordea, las voluntades nacionales tienden a cambiar, porque si no el país no hubiese sido ejemplarizante con su episodio democrático. La democracia vuelve, es la voluntad que renace en la cola, en la escasez, en el hospital, en la crisis. Eso dejó Chávez, el reencuentro de la gente con el recuerdo democrático, y hacia allá iremos.
Ángel Arellano
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