El legado de Laureano Vallenilla Lanz; Por Omar González Moreno / @omargonzalez6
Crónicas de Anzoátegui
Hace 150 años nació en Barcelona, estado Anzoátegui, Laureano Vallenilla Lanz, según algunos el típico adulador de los dictadores de turno, hincha sin remedio de Juan Vicente Gómez, y para otros un escritor de sensibilidad y cultura indiscutible, un hombre bueno al servicio de la maldad.
Efectivamente, el 11 de octubre de 1870 nació en Barcelona, estado Anzoátegui, el sociólogo, historiador, periodista, escritor, diplomático y político Laureano Vallenilla Lanz.
Para muchos, Vallenilla Lanz fue uno de los más importantes intelectuales de la corriente filosófica positivista en América Latina, esa que afirma que el único conocimiento auténtico es el conocimiento científico.
Para otros, en cambio, no fue más que un hábil adulador del tirano Juan Vicente Gómez y de otros caudillos.
Laureano Vallenilla Lanz fue hijo del médico José Vallenilla Cova y de Josefa María Lanz Morales.
Hasta la culminación del bachillerato cursó estudios en su ciudad natal, Barcelona, y adquirió el hábito de la lectura en la biblioteca de su padre.
Una vez concluida su educación media, hacia el año 1886, se traslada a Caracas y comienza a estudiar Ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, carrera que no culminó.
En Caracas se hizo colaborador de los periódicos El Cojo Ilustrado, El Universal y El Tiempo.
Regresó al Estado Anzoátegui para ejercer su primer puesto público: Interventor de la Aduana de Guanta en 1892 y poco tiempo después el de Secretario del Gobernador del estado.
Mas adelante, es llamado de nuevo a Caracas para ocupar la dirección del periódico oficialista El Nuevo Diario, donde se convierte en el publicista cotidiano del gomecismo.
Luego fue designado Director del Archivo Nacional, Senador por el estado Sucre, Presidente del Congreso Nacional en cuatro oportunidades, embajador en Francia, Holanda, Suiza y España, Presidente de la Academia Nacional Historia, entre otros cargos.
Vallenilla Lanz fue autor de más de dos docenas de libros entre los que figuran: Críticas de Sinceridad y Exactitud, Disgregación e Integración y Cesarismo Democrático, en el cual expuso y defendió la tesis del caudillo como el gendarme necesario para la sociedad venezolana, doctrina que sirvió para sustentar, intelectualmente, la dictadura de Juan Vicente Gómez.
Rómulo Betancourt se refirió a Vallenilla Lanz en los siguientes términos: “[…] Ningún ciudadano merece un desprecio tan acre y justiciero como el intelectual que le alquila su pluma a un sátrapa”
[…] Vallenilla Lanz, con su perfil de aquelarre, personifica ese tipo despreciable del escritor que cegó sus oídos a imperativos de decoro para ir a lamerle la ruda mano de ordeñador a un sargento envalentonado e insolente, cuya vida ensombrece de crímenes más de un cuarto de siglo de historia venezolana”.
Al producirse la muerte de su protector Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935, Laureano Vallenilla Lanz renuncia al cargo que ejercía en ese momento, Ministro Plenipotenciario de Venezuela en Francia y Suiza.
Muere en Paris, víctima de una enfermedad pulmonar, el 16 de noviembre de 1936.
Sus restos fueron repatriados y enterrados en Caracas en octubre de 1955 aprovechando que su hijo, Laureano Vallenilla Planchard, se desempeñaba como Ministro del Interior del régimen de Marcos Pérez Jiménez.
Ahora ya nada importa. Laureano Vallenilla Lanz, el intelectual barcelonés, ha engrosado a la lista de los difuntos. Aquí permanece su maleta llena de libros, donde defendió la tesis según la cual la sociedad venezolana está condenada a ser sometida por un caudillo, por un tirano, por un dictador. En este Valle de Lágrimas quedamos de pie, los que sufrimos en toda su magnitud el legado de esos “gendarmes necesarios”, herencia de tonalidades infernales.