La Primavera Negra, entre Fusilados y Lacayos; por Pedro Corzo / @pedrocorzo43
El castrismo como régimen ha sabido manejar muy bien los tiempos y oportunidades. Los conductores del totalitarismo cubano han demostrado contar con habilidades notables que van más allá de la represión y examen diario en todos los aconteceres de la vida.
Su control es absoluto pero también han manipulado con extrema habilidad a sus perros de presa, dispuestos siempre a morder una carnada como preámbulo de un banquete, y eso fue lo que repitieron en los primeros meses del año 2003. Ese año desplegaron una notable operación represiva de carácter nacional que llevó a la cárcel a 75 ciudadanos que trabajaban a favor de cambios democráticos en la Isla.
Todo parece indicar que a la dictadura le preocupó, particularmente a Fidel y Raúl Castro, que se estaba gestando una sociedad civil plenamente independiente. Periodistas, maestros, sindicalistas, y otros sectores de la sociedad mostraban estar hartos del control gubernamental, todo esto en un marco de insatisfacción ciudadana en la que los jóvenes estaban cobrando un protagonismo peligroso, un coctel que los represores conocen es muy explosivo y puede conducir al fin del totalitarismo.
Esta compleja situación determinó la ola represiva del 2003 y como los factores contrarios se nutren recíprocamente, la crispación social se hacía más profunda y la disposición a correr riesgo de los ciudadanos se acentuó, de ahí el hecho de que numerosas personas asumieran posiciones contrarias al régimen y que otros tomaran la decisión de abandonar el país como ocurrió con los jóvenes que decidieron secuestrar la lancha “Baraguá” que hacía el recorrido entre La Habana Vieja y Regla.
La dictadura harto conocía la existencia de opositores y desafectos, muchos en prisión, aunque nunca haya admitido oficialmente que hay prisioneros políticos. Las cárceles siempre han estado sobradas de hombres y mujeres que por sus convicciones son encerrados, realidad que nunca le ha quitado el sueño a los dictadores, pero una sociedad civil ajena a sus propósitos y en expansión, es mucho más complicado, en consecuencia había que retomar el terror de los primeros años en su expresión más brutal, el paredón de fusilamientos.
Castro lo decidió así. No es lo mismo enfrentar opositores por valientes y decididos que fueran, que una sociedad civil alternativa que crecía sin cesar, sumado a un pueblo agotado por promesas incumplidas, una juventud frustrada por las limitaciones y la mediocridad de una clase dirigente cada vez más ambiciosa por disfrutar los privilegios del poder con una generación de relevo, sin la mística del Moncada y la Sierra, desesperada por recoger los desperdicios que habían roído sus predecesores.
La dirigencia moncadista se convenció de retomar la consigna guevaristas de “fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, solo el terror al paredón, a los juicios expeditos con sentencia de muerte que eran revisada por el mismo tribunal que había juzgado en primera instancia detendría a los que querían cambiar el paraíso, o lo que es aun peor para el imaginario fidelista, aceptar que décadas de adoctrinamiento de sembrar odio hacia Estados Unidos, no había convencido al grupo de jóvenes que secuestro la lancha Baragua.
Esa osadía, ese irrespeto a la gesta revolucionaria, fue lo que le costó la vida a Lorenzo Copello, Bárbaro Sevilla y Jorge Martínez. Fueron juzgados y fusilados nueve días después del arresto. Fue un acto ejemplarizante cuya enseñanza definitiva fue, “no puedes soñar con lo que sea ajeno a la Revolución”, un paralelo a aquella expresión, “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
Los familiares nunca fueron notificados de la sentencia, la señora Ramona Copello, madre de uno de los jóvenes, dijo a Martí Noticias, “Un coronel me dijo el jueves que había que esperar que los papeles bajaran del consejo de estado, sin embargo al día siguiente, viernes, amanecieron muertos”.
El régimen siempre ha pretendido justificar sus crímenes alardeando del respaldo de sicarios ligados a la dictadura. Trato de confundir a la población con un documento firmado por incondicionales como Silvio Rodríguez, Amaury Pérez, Eusebio Leal, Alfredo Guevara, entre otros, un documento que significa complicidad en un crimen de Lesa Humanidad como lo califica la Comisión Internacional Justicia Cuba que preside el jurista mexicano Rene Bolio.