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Elecciones: ¿Por qué no abortan? por: Luis César Rivas / @LuisCesarRivas

No es posible contemplar sin asombro el empeño del Gobierno y sus socios en seguir adelante con un proceso electoral, que desde el momento mismo de su convocatoria, nació muerto. Es como si una mujer embarazada cuyo feto ha sido diagnosticado sin vida, decidiera seguir adelante con el embarazo, hasta completar los nueve meses.

No sólo es la pandemia, que por sí sola sería razón más que suficiente para abortar la convocatoria; es también la gasolina, el transporte, el hambre; es la tragedia generalizada de un pueblo sometido a penurias indecibles. Sobradas razones humanitarias podrían invocarse como argumento para abortar unas elecciones carentes de sentido político y utilidad práctica para el país. Y abortar quiere decir mucho más que simplemente aplazar; pues no se trata tan sólo de correr la fecha hasta que las condiciones ambientales y técnicas mejoren. El fondo de la cuestión es que unas elecciones parlamentarias, por muy buenas que sean, no es suficiente para salir de la crisis, si todo el resto del esquema de poder y corrupción sigue intacto. La solución necesaria, y de ello está consciente la comunidad internacional, es una transición política integral, mejor si es negociada, (dependerá de Maduro que lo sea), preferiblemente pacífica y electoral, que desemboque en una renovación democrática de todos los poderes del Estado, comenzando por la presidencia y el Parlamento; en un plazo razonable, a la mayor velocidad que la realidad política permita y la prudencia aconseje. Eso sería lo único sensato y más beneficioso para la nación. 

Pero que va! Crueles e indolentes, los tipos siguen adelante, secundados por sus viejos y nuevos socios. No les importa el sufrimiento de la gente. Esto recuerda la actitud criminal de Chávez en el año 99, cuando, imperturbable e inhumano, siguió adelante con su referéndum, mientras todo un pueblo era literalmente sepultado en barro y piedra, muriendo de a miles, ignorados y menospreciados por un presidente obsesionado con su elección.

Pero no sólo son las condiciones materiales y tangibles, son también las condiciones políticas, nacionales e internacionales, las que explican el por qué estas elecciones son ya un fracaso. En el plano interno, el pueblo no cree en estas elecciones, y con mucha conciencia política se abstendrá de participar en ellas. En estos momentos, la fotografía de intención de voto ronda el 15%, y conforme avance el proceso, a la par avanzarán la crisis y la pandemia, y aumentará la desconfianza. En el mayor de los casos, apenas votará un 20% de la población, y eso es demasiado poco como para apuntalar los valiosos objetivos politico-estratégicos que se han trazado el Gobierno y sus socios. 

El escenario internacional tampoco está mejor para ellos. La comunidad internacional ya ha reafirmado que no reconocerá esta farsa. Los últimos pronunciamientos de la ONU y OEA son demoledores para Maduro y sus elecciones. Por otra parte, Turquía, Rusia, Irán y Cuba, no tienen la legitimidad ni la santidad suficientes para certificar ni bendecir ninguna elección democrática en país alguno. Las dudas del Gobierno español o una improbable victoria demócrata en los EEUU, en caso de ocurrir, no cambiarían mucho las cosas. El eje fundamental de la política norteamericana hacia Venezuela, no lo olvidemos, es un compromiso bipartidista; y la debilidad del Gobierno de Pedro Sánchez en España no le da margen, como lo desearía, para brindar un apoyo abierto y declarado a Maduro y sus elecciones. No es que Pedro no quiera, es que no puede.

Estas elecciones no traerán pan ni paz a los venezolanos. No harán que las destartaladas refinerías vuelvan a producir gasolina, ni que los hospitales funcionen y los médicos y enfermeras no sigan contagiándose y muriendo junto a sus pacientes, ni que las escuelas, liceos y universidades vuelvan a sus actividades en condiciones medianamente aceptables. Prometer eso, como lo vienen haciendo el Gobierno y sus cómplices, es un cruel y vulgar engaño. Más que demagogia, es inmoralidad política.

Si todo esto es así, si estas elecciones no son solución alguna a la profunda crisis en la que el país se hunde, ¿Por qué no abortan? ¿Por qué, por ejemplo, esos sectores que se dicen opositores no aprovechan la puerta de salida que se les ha abierto con la iniciativa Eglée-Caleca, o se descuelgan aferrados a los recientes pronunciamientos de la ONU, como vía de escape para zafarse del mortal compromiso, y dejan al Gobierno bailando solo? La respuesta a estas interrogantes está en que las verdaderas intenciones que cada uno persigue no son, como pregonan, buscar salidas a la crisis, sino alcanzar objetivos políticos no declarados, que sólo a ellos benefician. Estas agendas no declaradas, pero no por ello menos visibles, son más o menos las siguientes:

El Gobierno insiste a todo trance en llevarlas a cabo, porque con ellas pretende alcanzar uno de sus más caros objetivos estratégicos, que no es otro que el de liquidar definitivamente a la oposición legítima, nucleada en torno a la AN y la coalición de 27 partidos que encabeza Guaidó. Se trata de entronizar una nueva oposición, construída y subsidiada desde el poder, una oposición amigable, domesticada y decorativa. Sus rostros bien podrían ser los de Claudio y Timoteo. Estas elecciones serían el golpe maestro en esa dirección. Según sus cálculos, de estas elecciones surgiría una nueva realidad política, signada por una nueva normalidad, un remedo de democracia que exhibir al mundo, un simulacro de convivencia en el que Gobierno y oposición serían las dos caras de una misma moneda. Otro de los objetivos de mucho valor para el régimen, es el de recuperar legitimidad diplomática internacional, zafarse de las asfixiantes sanciones, ser admitido nuevamente en el escenario de los países democráticos como socio de pleno derecho, para así poder acceder a fuentes de financiamiento y dinero fresco. Unas elecciones con suficiente apariencia democrática, piensan ellos, les permitiría alcanzar estos vitales objetivos. Negocio redondo, pues.

Para los socios menores también seria un buen negocio, pues, no es verdad que a estos partidos protegidos les interesen unas elecciones abiertas, justas y competitivas, ni que busquen recuperar la via electoral, llamar a la lucha y disputar espacios de poder. Eso es puro discurso vacío para las galerías. La verdad es que en unas elecciones competitivas, con garantías suficientes, sin presos políticos, con participación plena y en igualdad de condiciones de todos los partidos y líderes hoy perseguidos, las posibilidades electorales de la mesita y alacranes se reducirían casi a cero. En unas elecciones hechas como Dios manda, serían barridos, y ellos lo saben muy bien. Al igual que al gobierno, a los socios también les convienen unas elecciones como las actuales, limitadas y amañadas, no competitivas, con la exclusión de los partidos y líderes legítimos de la oposición. Por eso convalidan todos los atropellos a los derechos políticos de los otros, no reclaman, callan ante la sistemática destrucción del sistema de partidos políticos independientes y autónomos. No les interesa tocar el tema. En el fondo, les conviene que el Gobierno incaute partidos y, via judicial, se los entregue a sus amigos. No les importa la democracia. Ellos quieren el mismo tipo de elecciones que el Gobierno, porque presuponen que sólo así podrían, eventualmente, aspirar algún dia convertirse en la oposición. Oposición protegida de toda competencia, claro está.

En otras palabras, Oposición subsidiada.

Estas son las razones por las que no abortan. Por eso se aferran a esa quimera. Hay que completar el embarazo, juran. Cumplir los 9 meses, así sea agonizando.

Lo importante es anunciar que hubo parto, así no haya habido vida.

Luis César Rivas.

20/09/2020.