El control cultural del castrismo; por: Pedro Corzo / @PedroCorzo43
Los beneficios del intercambio cultural con el régimen castrista van mas allá de las ganancias que esas actividades económicas puedan generar a la dictadura o la injusticia que artistas y creadores exiliados no puedan actuar en el país que los vio nacer.
Esa exclusión es parte substancial de la política de un sistema totalitario que se ha caracterizado por negarle los derechos naturales al individuo que piensa por sí mismo y actúa consecuentemente con sus convicciones.
La censura en un régimen totalitario es contra la creación y el creador, está dirigida a manejar la información con el propósito de que el receptor, dentro o fuera de la isla, siga influenciado por el pensamiento oficial. Esa colonización cultura cuando es extendida, como se aprecia en la actualidad en los temas cubanos, favorece políticamente al régimen, que es en realidad el objetivo.
El control sobre la creación es clave para el castrismo. Acaso no se recuerda que muchos cubanos fueron a prisión por escribir obras contrarias al pensamiento oficial, a la vez que se vedaban películas, libros y canciones con un rigor más estricto que el Índice de Libros Prohibidos de la inquisición española. La quema y prohibición de libros en las bibliotecas no fueron un simple espectáculo, eso es parte de la receta absolutista y de una campaña de acondicionamiento que nunca termina y que se extiende a todas las formas del arte y de la creación.
Tengamos presentes que escuchar o poseer una copia de una obra de artistas cubanos como Celia Cruz, Olga Guillot y Álvarez Guedes, entre otros, terminaba con un viaje gratis a la jefatura de la policía y ser fichado como “elemento contrarrevolucionario”.
La prohibición se extendía a autores extranjeros como Los Beatles. El monumento a John Lennon es parte de la doble moral del castrismo que tantos compatriotas en Cuba y en el exterior imitan con devota religiosidad, en ocasiones, porque ignoran que el objetivo verdadero del régimen es exportar su “memoria creativa” porque a través de ella sigue colonizando a quienes a pesar de haber dejado el país continúan añorando ciertas experiencias de sus vidas que están profundamente ligadas, quizás no conscientemente, al absorbente proceso que les tocó vivir.
Esa nostalgia no es rara. Es normal que se recuerde la música que primaba cuando se era más joven o se tenga fresca en la memoria sucesos de los que se formaron parte. A las personas de otras generaciones le sucede lo mismo, recuerdan y evocan a la Cuba que abandonaron, la diferencia es que la dictadura usa el cordón umbilical de la memoria para obtener beneficios políticos al influenciar la conducta y decisiones de aquellos que olvidaron los pasados sufrimientos y abusos padecidos.
El síndrome de Estocolmo, la persona secuestrada o herida se identifica positivamente con su agresor, tiene su variante cubana en la dependencia que muchos compatriotas, incluidos individuos que se oponen sinceramente al sistema, quedan sujetos al “amargo encanto del castrismo”, realidad que los laborantes de La Habana están consciente y manipularan siempre que les sea posible.
La censura y el control de los medios es muy importante para la dictadura, tampoco, lo es menos, el monopolio de las actividades culturales, de ahí el interés del régimen de controlar a los artistas por medio de decretos como el 349 y otras similares aprobadas con anterioridad.
El hecho que en Cuba no se pueda escuchar en las ondas radiales insulares un intérprete cubano de esta orilla es equivalente a que no se puedan adquirir libremente las novelas y ensayos de Carlos Alberto Montaner y José Antonio Albertini o los libros de historia de Enrique Ros, Juan Clark y Enrique Encinosa.
Los resultados del cambalache cultural le aportan a la dictadura beneficios intangibles que superan ampliamente los monetarios, porque a través de esas relaciones, extiende su influencia más allá de sus fronteras a la vez que genera conflictos de los cuales siempre sale beneficiada por su habilidad para aprovechar los espacios de libertad y derechos que otorgan las democracias.