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RCTV: Los gritos del silencio; por: Omar González Moreno / @OmarGonzalez6

El silencio de Radio Caracas Televisión fue un grito de rebeldía que se escuchó en todos los rincones de Venezuela a partir del 27 de mayo de 2007.

Los estudiantes universitarios que, en masa y por todo el país, salieron a las calles inmediatamente después a protestar la decisión del difunto Hugo Chávez de no renovarle la concesión al canal más popular de Venezuela, corrieron el velo del verdadero rostro de la narco dictadura que se nos venía encima.

Esos muchachos como lo hacen ahora lo desnudaron como un viejo experimento, una antigualla de comienzos del siglo 20, que no pretendía otra cosa que conculcar los más caros derechos civiles de los venezolanos.

La excusa que dio el gobierno para cerrar el canal y las posteriores alocuciones del presidente y de sus acólitos, incluyendo a sus avejentados “dirigentes juveniles”, no dejaron lugar a dudas de que la idea era, pura y simplemente, poner en práctica la hegemonía comunicacional ya anunciada por el ex ministro de Información Andrés Izarra, para apuntalar en el poder al presidente, a través de una reforma constitucional en la cual se garantizaría su reelección indefinida.

Y eso, sin medios contestatarios como RCTV, era pan comido.

La medianoche del domingo 27 de mayo, a las 11: 59, no podrá ser olvidada jamás por los ciudadanos que vieron, sorprendidos y espantados, cómo se apagaba la luz de un canal que había alumbrado durante 53 años todo el territorio nacional, lo que se convirtió en el primer indicio cierto del oscurantismo en que el gobierno pretendía sumir al país.

La inmediata aparición de TVes, supuesta televisora social, fue el ejemplo de la forma descarada como se pretendía controlar la información, pues el que controla la información controla el poder.

Todo ello por órdenes de un presidente ensoberbecido, devenido en ductor de las reglas de la nueva sociedad que había anunciado en su cacareado Socialismo del Siglo 21, una receta de cocina que nadie sabe cómo se prepara y mucho menos cómo se tragaba, pero que tenía el tufo de las dictaduras de izquierda que asolaron buena parte del mundo en el siglo 20; y que de tan brutales, fueron desapareciendo poco a poco, unas por la acción internacional y otras por las protestas internas en cada uno de los países.

Por eso, el cierre de RCTV, disfrazado con el eufemístico traje de “no renovación de la concesión”, tuvo un doble efecto en la conciencia del ciudadano: por un lado, el espantoso advenimiento de tiempos borrascosos de la mano de un gobierno desbocado, enfilado hacia la abolición de los derechos fundamentales que durante cincuenta años los venezolanos han disfrutado; y por el otro, el descarado usufructo de bienes ajenos, bajo el subterfugio legal, porque TVes surgía no sólo en la misma frecuencia que RCTV sino con los bienes robados  por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, a través de una insólita decisión que a todas luces había sido inducida por el propio gobierno.

Debido a que la negligencia, la inoperancia y la ineficacia de los ministros del gobierno les impidieron conseguir transmisores propios –a pesar de que Chávez había anunciado el cierre del canal con cinco meses de antelación--, no se les ocurrió otra idea que apropiárselos con la venia de la magistrada Luisa Estela Morales, autora de la desafortunada sentencia, y de otros magistrados que la aprobaron.

La desaparición forzada del canal fue un momento impactante para la mayoría de los venezolanos porque los directivos de RCTV habían manifestado su optimismo en el sentido de que el gobierno, al fin y al cabo, terminaría por echar para atrás la decisión que Hugo Chávez había anunciado el 28 de diciembre anterior. Y la mayoría del pueblo venezolano, que no creía en un final trágico para la libertad de expresión sino en un final feliz como los de las telenovelas que tanto le gustan, también estuvo confiado en que la sangre no llegaría al río.

De allí que cuando la pantalla se fue a negro, a la medianoche del domingo 27 de mayo, millones de ciudadanos, junto con los trabajadores de RCTV, abrieron sus ojos desmesuradamente y gruesas lágrimas de tristeza e indignación –y esto no es tan sólo un decir—regaron el suelo patrio.

El desconcierto sumió a los venezolanos en un silencio de treinta segundos que se expandió por todos los confines del país. La sorpresa dio paso a la indignación cuando la señal de TVes apareció usufructuando la de RCTV Para la mayoría de los venezolanos –según las encuestas hechas antes y después del infausto suceso—fue como si le hubieran robado uno de sus bienes más preciados.

Entonces, el silencio forzado de la televisora fue un grito de guerra que se extendió como reguero de pólvora por las casas de millones de ciudadanos en defensa de la libertad de expresión.

Y ese grito en el transcurso de las horas siguientes se elevó más allá de las fronteras, gracias a la solidaridad de numerosas organizaciones de derechos humanos, periodísticas y políticas que en Estados Unidos, América Latina y Europa manifestaron su inquietud por lo que estaba sucediendo en el país.

Los dirigentes gubernamentales,  trataron de descalificar las protestas, utilizando los clichés de “lacayos del imperio”, “serviles de Estados Unidos”, “atentados a la soberanía”, “aliados de la oligarquía”, frases trilladas de un gobierno hueco que manipula a los pobres como le viene en gana, pero que de tanto que se han esgrimido ya no convencen. (Como dijo Marcel Granier, presidente de las empresas 1BC, “el gobierno venció, pero no convenció”.)

Además, los dirigentes gubernamentales incurrieron en el error de burlarse de la tristeza de los periodistas, los actores, los técnicos, los escritores y el resto del personal del canal desaparecido, desconociendo que todo movimiento de rebeldía, desde que el mundo es mundo, ha estado precedido de las lágrimas, pues ¿qué es la rebeldía sino la lucha contra la injusticia, y hay algo que produzca más lágrimas que la injusticia?

Esa rebeldía que se destapó como un torrente movilizó a los sectores pudientes y a los pobres por igual, pero sobre todo a los estudiantes universitarios que, desde hacía años, mantenían una actitud callada, tranquila, sin inmiscuirse en la política nacional, viendo los toros desde la barrera, a la expectativa.

Y otra vez, los voceros del gobierno se extralimitaron al acusar a los jóvenes de estar manipulados por Estados Unidos y sus supuestos representantes en Venezuela, los partidos de oposición.

El autócrata, en un acto en el estado Vargas,  calificó a los estudiantes universitarios de viejos porque, en vez de aupar a su movimiento revolucionario, se prestaban para apoyar a un canal de la oligarquía, sin darse cuenta de que al tratar así a ese movimiento juvenil, transparente, alegre y rebelde, se colocaba en el mismo lugar de los  antiguos dictadores que tan triste huella han dejado en nuestros países.

Resulta, pues, evidente que al cerrar RCTV contra todo pronóstico (las encuestas indicaban que entre 70% y 80% de los ciudadanos estaba en desacuerdo con la medida), el chavismo dejó caer el antifaz que cubría a su gobierno y el verdadero rostro de la revolución quedó al trasluz; un feo rostro autocrático que asustó a tirios y a troyanos.

Tanta verborrea inútil, tantas horas de desvelo “en defensa de los derechos de los venezolanos”, tantas frases altisonantes, lugar comunistas, grandilocuentes, tantas referencias al Libertador Simón Bolívar, no escondían otras intenciones que las de apoderarse del espectro radioeléctrico para acallar a los opositores, a aquellos que no compartieran sus ideas, tildándolos de derechistas, de fascistas, de enemigos del pueblo, que son los epítetos más frecuentes en boca de todos aquellos gobiernos izquierdistas que en el mundo han conculcado las libertades ciudadanas.

Fue, sin lugar a dudas, una decisión desafortunada porque RCTV se convirtió, a partir del cierre, en el canal emblema de la libertad de expresión en el mundo.

Recordamos hoy la oscura noche en que el bárbaro apagó la llama de luz que irradiaba destellos vivos de verdad, civilidad y cultura. Hace diez años. Pero cada segundo, minuto, hora, día, semana, mes y año, son cargas pesadas que van cayendo sobre su tumba. Siete mil personas perdieron el sustento de sus familias y junto a ellos, millones añoran el día en que la señal de Radio Caracas Televisión regrese al lugar donde le corresponde.

Los dictadores no quedaron satisfechos con su obra. Lo atormentaban demonios. Quería más destrucción y en un día cerró el paso a las ondas hertzianas de muchas… ¿cuantas?... ¿veinte?, ¿treinta?, ¿cuarenta?, ¿más?...  emisoras radiales que no se inclinaron ante sus enfermizos delirios.

Bajo sus fauces fueron sucumbiendo  canales regionales y locales. A unos los cerró también, a otros los compró con dinero de los venezolanos, y a unos cuantos  los acalló con dádivas.  Desde estos medios se degradó el sagrado tratamiento de la noticia para dar paso a la complacencia palaciega.

Fue más allá en su tormento. Creó una corte de vasallos que le adulaban desde los micrófonos, pero el mensaje fue tan empalagoso que los voceros limitaron su alcance no más allá de sus propios ecos.

Entonces se apoderó de la sintonía total y abusó a más no poder de las cadenas de radio y televisión para crear una cortina conque tapar los peores robos de los dineros públicos y la destrucción de un país otrora próspero y feliz.

No estaba conforme aún. Martirizó a los mensajeros de la verdad y los colocó en el bando de sus enemigos. Pero no pudo con nosotros. Sus últimos días fueron de tormentos.

El heredero es una copia al carbón. Profundizó el ataque a los mensajeros: agredió físicamente, encarceló, persiguió, pero tampoco podrá con nosotros. No acallará nuestras voces ni doblegará nuestra dignidad. Fue contra los periódicos. Compró muchos, fundó nuevos y a otros les negó el papel para aniquilarlos

Esta es una fecha de la que se encargará la Historia.