El próximo presidente de la Asamblea Nacional; por Armando Armas / @ArmandoArmas
Por: Armando Armas
Mañana se inicia un nuevo período legislativo y, siendo consecuentes con el acuerdo de gobernabilidad suscrito entre los partidos de oposición con representación parlamentaria, se designará una nueva directiva. En esta oportunidad, la presidencia de la Asamblea Nacional le corresponde a un diputado de Voluntad Popular.
Eso representa, sin duda, una oportunidad para generar un punto de inflexión en el devenir deplorable que ha tenido, hasta ahora, el curso reciente de la política de nuestro país.
Hay quienes dicen que lo único que hay que hacer es nombrar un gobierno que llene el vacío producto de la ilegitimidad del régimen de facto de Maduro. Quienes así piensan arguyen, básicamente, que “es lo que dice la Constitución”, pero son los mismos que dicen -y coincido con ellos- que no hay Estado de derecho. Ergo, sin las condiciones objetivas que implica esa decisión, la certeza de que tenga real repercusión es contradictoria.
El idealismo puede ser peligroso cuando raya en la ingenuidad, y perversamente oportunista si es la justificación para una una promesa que se sabe no se puede cumplir.
Soy de la opinión de que se debe comenzar dando muestras que, por más pequeñas que parezcan, tienen un gran simbolismo en cuanto a la ruta de quiebre a emprender. Estas comienzan por cambiar el reglamento interno y de debate y derogar leyes infames -especialmente las del Poder Popular- para así dar señales de claras de nuestra intención de desmontar el entramado institucional de dominación.
También se debe nombrar un nuevo CNE, completar los magistrados que dejaron sus vacantes por subordinarse a la fraudulenta Asamblea Constituyente, asumir la representación del Estado y, consecuentemente, emitir comunicados a los organismos multilaterales para el cese de funciones de las representaciones diplomáticas de la dictadura (sobre todo en La Haya, la OEA y las Naciones Unidas). Estas son, en parte, cosas que sí pueden ir construyendo un momentum político y generando una expectativa real de alternativa de poder.
La legitimidad de la AN radica en la confianza depositada por los más de 14 millones de personas que votaron en diciembre de 2015, la participación electoral más alta de la historia contemporánea y en la que la oposición obtuvo más de 7,7 millones de esos votos.
Esta participación fue incluso más alta que en cualquiera de las elecciones en las que participó Chávez. Pero no podemos olvidar que la contundencia y eventual repercusión -nacional e internacional- de las decisiones del órgano están sujetas al consenso de las facciones que lo conforman.
A mayor consenso institucional, mayor respaldo internacional.
Estoy convencido de que podemos encontrar una fórmula que cumpla con las expectativas de las diferentes corrientes de pensamiento que confluyen en la AN.
El camino es el desafío
El próximo presidente de la Asamblea Nacional, por jerarquía y trayectoria, debería ser Freddy Guevara. Compañero de luchas incansables.
Sin embargo, desde el partido hemos decidido que sea Juan Guaidó, quien también tiene la trayectoria, el mérito, el talento y la gallardía necesarios para asumir el desafío. Lo conozco bien y doy fe de ello.
En un año que promete ser crucial para definir el destino de nuestro país, el liderazgo político recaerá en un hombre que representa a toda una generación de políticos emergentes. Una generación que ha sido forjada al calor de una lucha sin igual.
Una generación arrullada con cantos de protesta y amamantada con gas lacrimógeno. Una generación que entiende el poder como la herramienta más idónea para la transformación de la sociedad, y no como la llave a un botín al cual saquear. Una generación que ha padecido la cárcel y el exilio; que ha sangrado, sudado y llorado por la tierra que nos vio nacer. Todo esto es cierto también respecto al partido que decidimos fundar junto a Leopoldo Lopez: Voluntad Popular.
Una generación que fue la punta de lanza para algo que parecía imposible: ganarle electoral y políticamente al “Comandante” el Referéndum Constitucional en 2007, en su pico de popularidad y con el barril de petróleo por encima de 100 dólares.
La fuerza y entereza de estos años de lucha es lo que ha moldeado nuestras convicciones y es por eso por lo que en el parlamento nacional hay quienes, desde el principio, tenemos muy claro para qué fuimos electos en el 2015.
No fue para hacer leyes que sabíamos que no se iban a ejecutar ni acuerdos de cámara meramente declarativos, ni debates carentes de interés e impacto por la falta de medios de comunicación masivos independientes.
La situación trágica de supervivencia que padecemos la mayoría de los venezolanos no entiende de leguleyismos, ni excusas.
No fuimos electos para la cohabitación, sino para el DESAFÍO y eventual SUSTITUCIÓN de un régimen criminal que se apalanca en la cesión inaceptable de nuestra soberanía -a cubanos, chinos y rusos-, y cuyo objetivo es la permanencia en el poder cueste lo que les cueste.
El desafío es el germen de la libertad. Si la política es de desafío, Juan Gerardo hermano, cuentas conmigo.