Del asesinato de Jorge Rodríguez y la tortura a Requesens; por: Richard Casanova / @RichCasanova
Aproximarse hoy al chavismo es asomarse a un mundo retorcido donde se ha desterrado el valor de la vida y los DDHH que antes adornaban la retórica revolucionaria. No es nada nuevo, ni algo que descubrimos con la cobarde arremetida contra Juan Requesens. En efecto, se trata del mismo régimen que exterminó sin piedad a Oscar Pérez, quien ya rendido, suplicaba por su vida pensando en su hijo. El mismo que -con morbo enfermizo- mató de manera lenta e despiadada a Franklin Brito por defender sus tierras, por protestar y luchar por lo que consideraba su derecho. Por la misma razón centenares de venezolanos han perdido la vida y miles están tras las rejas o perseguidos.
Antes de llegar al gobierno, los que hoy desangran a Venezuela decían que “la represión y el asesinato era una política de Estado”, ahora no hay duda, demuestran que la devastación moral, la ignominia y cobardía pueden ser infinitas cuando el poder se convierte en una perversión. Pero ¿Por qué recordar hoy el asesinato de Jorge Rodríguez?
Primero, su muerte ha sido utilizada para tergiversar la historia, ocultando -por ejemplo- que uno de los torturadores era un “compañero de luchas” convertido en delator o minimizando su participación en actos delictivos como el secuestro de William Niehous, lo cual jamás justifica la violencia con que fue mancillado pero nos sirve la mesa para preguntar ¿Ahora qué puede justificar la inclemente y brutal tortura contra Juan Requesens? ¿Qué justifica lo que han hecho a Leopoldo López, José Manuel Olivares y tantos más que merecen ser mencionados pero jamás habría suficiente espacio? ¿Qué corroe el alma de quien es capaz de amenazar con violar a su madre, asesinar a su hermana y usar sustancias sicotrópicas para “quebrar” a este muchacho? Y digo esto para no hablar de historias horrendas de torturas que hemos conocido, testimonios que nos llevan a los confines de lo imaginable.
Segundo, traemos al recuerdo este asesinato ocurrido el 25 de Julio de 1976 porque la víctima era el padre del engendro que hoy expone públicamente las atrocidades de la dictadura. Sin duda, se debe estar revolcando en la tumba al ver a su hijo degradado a esbirro, cómplice de delitos de Lesa Humanidad y al servicio de un régimen militarista, vende patria e inmensamente corrupto. Además, es padre también de una pobre mujer –no de una mujer pobre- que por desafueros de la providencia ejerce la Vicepresidencia de este país bizarro y como su hermano, es la más nítida expresión del resentimiento y la miseria humana.
Si el video donde se muestra a Requesens con claros signos de tortura y en una situación dolorosa fue filtrado a la opinión pública por alguien que estando adentro se siente horrorizado o si fue puesto a rodar deliberadamente para intentar quebrar la moral de la sociedad democrática, es una duda que tengo. Sin embrago, creo que la indignación que ha inspirado nacional e internacionalmente puede terminar generando un efecto contrario.
Estemos claros, la globalización del mundo moderno y los avances de la justicia internacional impiden la barbarie que vimos en la Alemania nazi, en la Rusia de Stalin, en Ruanda o Camboya. Sin embargo, con sus actuaciones Maduro, Diosdado, los hermanos Rodríguez y demás “revolucionarios” exponen ante el mundo su frágil contextura moral y escaso talante democrático, demuestran que poco se diferencian de Hitler, Pol Pot, Mugabe o Ceaucescu; solo para nombrar a algunos de los grandes genocidas de la historia. Francamente, llamarlos miserables sería un acto de benevolencia. En fin, desde el asesinato de Jorge Rodríguez una cosa si ha cambiado: a los 2 días del homicidio, los cuatro funcionarios de la DISIP responsables del crimen fueron destituidos, acusados y encarcelados. Hoy, la impunidad es parte del horror y sus hijos son protagonistas de la tragedia.