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La calamidad del residente; por: Pablo R. Blanco Cabello / @DrPRBC

De la mano de las autoridades universitarias recibimos el tan anhelado pergamino, fruto de años de sacrificio. Avizorando un futuro promisorio iniciamos nuestro compromiso con Hipócrates, se inicia un año en donde el ambulatorio rural se transforma en nuestro hogar, y en dónde de alguna manera logramos sentirnos a gusto. Para muchos es un año donde no solo se pone en práctica lo aprendido durante 7 largos años, sino que se desarrolla aquello que no nos enseñan en los salones, la empatía. Rodeado de afecto, alegría y tristezas, nos despedimos de nuestro primer año, con la promesa de algún día volver para saludar a la gente excepcional que nos brindó su apoyo.

Nos hemos preparado para iniciar un postgrado; una convicción impoluta de superación embarga toda nuestra economía. Con fé inquebrantable iniciamos el primer año; un año que para muchos resulta más de llantos que de alegrías, "eres R1".

A veces durante ese año se antepone la consecución exitosa de la actividad asistencial y académica, a nuestra vida personal, familia y amigos. Demostrando gallardía y una voluntad regia, avanzamos al segundo y tercer año. Se vislumbra un panorama más claro, con más comodidades, médico especialista.

Detengamos ahora está narrativa cronológica de la formación de un médico en condiciones ideales y pongamos pies en tierra.

Inicias tu primer año de postgrado con el dinero justo para pagar el primer mes de la habitación que pudiste alquilar, ya haciendo un plan mental y casi fantasioso de los meses venideros. Logras resolver tu comida y transporte durante tu primer mes, las deudas adquiridas con la promesa de ser pagadas al cobrar se acentúan; y aún así, un ideal te mantiene.

Por supuesto, la mensualidad de tu primer mes de alquiler sube en relación directa con la inflación, aún así, lo intentas. Llegas al hospital y el familiar del paciente te relata el viacrucis que vive con la esperanza puesta en ti para resolver su problema, desafortunadamente y tratando siempre de la forma más educada, profesional y delicada, le dices que no puedes hacer nada.

Un nuevo día despunta, muchas preguntas te invaden, pocas respuestas surgen. El entusiasmo inmaculado del primer mes poco a poco pierde su fervor; no tener saciadas necesidades básicas y primitivas como comida y habitación, genera un estado de automatismo laboral abstraído, atender un paciente con la mente puesta en la cena que quisieras pero que de forma casi inequívoca, no tendrás.

Te cuestionas si vale la pena y con analogías inéditas comparas tu trabajo. Esperar lo mejor de un médico cuando éste sólo piensa en que el vendedor de café gana más que él, resulta irrisorio. Y desde luego que al paciente no le importa la situación del médico, pues siempre te verán como la solución a sus problemas. Pero, ¿A quien le importa la situación del médico?, ¿Al gobierno?, ¿Al paciente?. Melancólicamente la respuesta es que a nadie le importa la situación del médico, siempre y cuando haga su trabajo. La humanidad que muchos profesan parece no aplicar en nuestro gremio, y me gustaría recordarles que el médico come, el médico paga habitación, el médico tiene familia, el médico es un ser humano doliente, al que la situación del país también afecta.

Nuestro sueño de país se halla en ciernes, y somos nosotros los que con valentía y esperanza vamos a sacarlo adelante.


Dr. Pablo R Blanco

Residente de 5to Año de Neurocirugía HULR/UDO