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Lo cotidiano del futuro y la ciudad; por: Richard Casanova / @richcasanova

Sabemos que García Márquez se inspiró para idealizar a Macondo cuando tenía apenas 15 años y acompañado de su madre, regresó a su pueblo natal -Aracataca- para vender la casa de los abuelos. Quedaría entonces impactado para toda la vida por el contraste entre las imágenes de su infancia y la realidad de un pueblo triste, un tanto bucólico y abandonado en el tiempo. Esa idea de un pueblo congelado en el pasado, ruinoso y desolado, fue la que intentamos comunicar cuando -en unas jornadas organizadas para hablar del futuro-  mostrábamos imágenes del paisaje urbano deprimente de edificios destartalados y carros viejos en La Habana. En esas jornadas -junto a un pequeño equipo- realizábamos semanalmente 2 ó 3 modestas reuniones en barrios y caseríos, justo cuando el gobierno se entregaba con más furor al poder cubano. Quisimos mostrar un contraste que aún la petro-chequera hacia imperceptible. Estuvimos casi año y medio, hablando a la gente -no de un partido o candidato- sino de la cotidianidad del futuro y del rol de cada quien para hacerlo suyo, superando las limitaciones que imponen la pobreza y otras circunstancias.

No habían pasado tantos años, “El Gabo” era adolescente cuando tuvo como vivencia un contraste brutal, algo que quizás ahora nos invade como país. En efecto, tampoco ha pasado mucho tiempo y sentimos un descalabro en el alma cuando recordamos a una Venezuela donde era posible vivir con normalidad, salir a la calle sin la angustia de perder la vida, conseguir cualquier cosa en el supermercado o la farmacia, donde el gobierno no amenazaba la paz, ni invocaba una guerra permanente...  La sofocante y dramática realidad de hoy, deja sin aliento a cualquiera. Y no se trata de defender un pasado, al cual ciertamente no podemos, ni debemos volver.  Tampoco se pretende ocultar los errores cometidos en aquellos tiempos pues bastante hubo y de alguna manera, nos trajeron hasta aquí.  De lo que se trata es de valorar el presente, así como reflexionar sobre el futuro y nuestras propias expectativas y posibilidades.

Entre miles de imágenes que expresan la decadencia -la muerte en vida de una nación- tomamos solo una: los centros comerciales a oscuras como reflejo del atraso y la prueba irrefutable del fracaso. La oscurana nos anuncia un colapso en ciernes, la amarga sensación de que está llegando la hora de bajar la santamaria.  Y es que no sólo en "Cien años de soledad" la aldea es protagonista, tal rol no es una fantasía literaria. También en nuestra realidad, la ciudad es el escenario de las vivencias de un pueblo.  Es la ciudad -la dinámica urbana- la expresión de progreso y bienestar colectivo en un país.  La oscuridad en sus espacios públicos, no hace más que confirmar una condición similar en nuestros gobernantes.  En todo caso, la ausencia de luz -en el más amplio sentido- debe reafirmar también nuestra voluntad de cambio.  El contraste brutal que sufrió aquel adolecente a la postre lo hizo Premio Nobel de Literatura, gracias a su capacidad de convertir una momento ingrato en una experiencia positiva.  La misma capacidad que tenemos como pueblo para convertir la crisis en una gran oportunidad y hacer del cambio un compromiso de todos. Hay muchas razones para ser optimistas...

Twitter: @richcasanova