El pueblo está bravo. Por: Ramón Hernández / @Ramonhernandezg
En las plazas desbordadas de basura y zagaletones atentos a los bolsos ajenos; en las bocacalles que dan al infierno y terminan en infinitas escaleras con los escalones perdidos y untados de esencias fecales, aguas negras y rastros de sangre; en los conucos estériles, azotados por las plagas, los burócratas, las sequías de ayer y las inundaciones de mañana; en la fábricas abandonadas, con la maquinaria llena de orín, sin electricidad ni cortocircuitos, con los depósitos vacíos igual que la nómina y la planilla de impuestos; en las urbanizaciones y barrios asediados por bandas de adolescentes con munición de sobra y carentes de piedad y conmiseración; debajo de los puentes, a la vera de Dios y su infinita corte de milagros.
Sobre las aceras, de uno a otro lado de las autopistas, avenidas y oscuras callejuelas; a los largo de los túneles y en los pasillos de los centros comerciales; en los sucuchos que venden comida sobre manteles sucios que usan una y otra vez y es imposible distinguir la última salsa, la primera gota de sopa derramada o las lágrimas del último comensal; frente a los semáforos muertos y al lado de alevosos motorizados, unos imprudentes y otros perseguidos; en los ascensores y del otro lado de las montañas; a orillas del mar y en las travesías sin destino; en la zona más angosta de los grandes ríos y en la más ancha de los riachuelos, habrá que incluir el Guaire en su magnificente pestilencia; en los desaguaderos y bajo toldos corroídos.
Los desempleados, los vendedores, los saltimbanquis y magos, junto con costureras, rematadores de caballos, exprimidores de naranjas –siempre agrias o secas–, acaparadores de cemento, albañiles, alfareros, tergiversadores de ilusiones, taxistas piratas y no tanto, conductores de puntas de ganado, camioneros de chinchorro en la cuneta, cultivadores de café arruinados, sembradores de papas, remolacha y zanahorias pasando penurias porque les entregaron semillas contaminadas; los niños con cáncer y los ancianos con las resacas y padecimientos que les dejó la chikungunya, la enfermedad inexistente en los informes oficiales; los pacientes terminales y crónicos ahítos de “no hay” y de maltratos, los obreros de todos los oficios, los pobres de solemnidad y los saturados de carencias; los que viven de cola en cola y los que trafican con la tragedia ajena. Todos, hasta los que exhiben títulos universitarios que no valen el papel en que fueron impresos y también las féminas del placer, están bravos, saturados de arrechera, y mientan la misma madre. Vendo apuesta ganadora.
@ramonhernandezg
Vía: El Nacional