Más desiguales que iguales. Por: Carlota Salazar / @carlotasalazar
En la radiografía social de la Venezuela actual que escribió Luis Pedro España, podemos encontrar un análisis, basado en estudios realizados por centros especializados, que refleja que no somos tan iguales como creíamos. Que somos diferentes aún viviendo en el mismo sector o localidad, que esos intereses disímiles nos refugia en el individualismo y lo más importante: cómo la debilidad institucional fomenta la informalidad, al vivo criollo, a incumplir la norma, saltar la talanquera, sobornar, el amiguismo… y todas las perversiones que se han anidado en nuestra cultura social y política, tiene como consecuencia que la gente para ascender socialmente se apoya en la familia y no en el Estado. En efecto, el estado venezolano, ha sido incapaz en el fortalecimiento de la institucionalidad, que permita dar respuesta a los problemas y canalizar las demandas sociales. Hay un problema institucional agravado en grado superlativo por este gobierno que se dice socialista, pero que realmente es militarista y autoritario.
Esta extraordinaria pieza de compilación documentaria y de campo, me trajo a la memoria la figura del caudillo y cómo ha reemplazado la institucionalidad venezolana.
La cultura del caudillo comienza desde los tiempos de la colonia, cuando los bandidos y aventureros del Sur de España comenzaron a venir a las tierras conquistadas en busca de fortuna. El caudillo es un ser de cualidades físicas e intelectuales que le permite reclutar partidarios para emprender aventuras, tomar por la fuerza las haciendas y robar los bienes de fortuna, que encontraran a su paso. Es un tipo de liderazgo con características propias: en una relación de ordeno y mando, control absoluto de la situación, que elimina a sus adversarios y la relación con sus aliados es de sumisión e incondicionalidad.
El liderazgo caudillista se ha ido ajustando al zeitgest al espíritu de los tiempos: vandalismo - guerra – montoneras – dictadura – democracia.
Este reemplazo comienza cuando los héroes independentistas actuaron como caudillos para enfrentar al poderío español. Lo hereda la Venezuela republicana (1830), con poder político y económico (oligarquía), continúa en el seno de la corriente liberal, adquiere esplendor con la actuación de los dictadores de principio del siglo XX y por último lo asumen los partidos políticos con la democracia (1959), hasta la actualidad. En estos tiempos se ha expresado en grado superlativo la debilidad institucional y la informalidad, exponiendo al caudillo a la “n” potencia.
La debilidad institucional se expresa cuando los poderes públicos responden a los intereses del partido de gobierno (PSUV) y es el partido el que actúa en los espacios de la organización ciudadana. De tal suerte que en las Comunas, no mandan sus representantes, sino, los jefes políticos de la UBCH y los recursos bajan a través de las empresas de producción social dirigidas por funcionarios jerarcas de PDVSA y ejecutados por las UBCH, salvo honrosas excepciones. De allí que la gente no se sienta identificado con las instituciones públicas y buscan los caminos verdes, para todo, así se bachaquea desde la harina pan hasta los carros y apartamentos de lujo, todo en la calle, sin recibo, sin garantía y lo más grave sin vergüenza, es un descaro total y absoluto.
Los venezolanos, para sobrevivir a la crisis generada por una comiquita o remedo de revolución socialista, hemos sacado nuestro peor lado humano.
Es una paradoja pero el antídoto está en la sociedad misma, en su capacidad de organización para el logro de objetivos comunes, “justicia social” en términos de Rawls, “construcción de ciudadanía” en mí concepto de sociedad, y mientras esto no ocurra: continuaremos siendo desiguales entre iguales y más desiguales cada día.
Carlota Salazar Calderón