Fabricio Ojeda causa revuelo con su artículo de opinión
El destacado periodista y catedrático de la Universidad Santa María fija posición en torno a la propuesta oficial de trasladar los restos de su padre, Fabricio Ojeda al Panteón Nacional el próximo 23 de enero
Tomado de notiminuto
El Panteón
Un “honor” que no sé cómo lo hubiese tomado mi padre, ya que tras su injusta muerte, no podemos pedir su opinión
Entre las numerosas preguntas que me han formulado últimamente, muchas insisten en saber si la familia de mi padre tiene una postura oficial sobre el traslado de sus restos para el Panteón Nacional.
No puedo hablar por mi familia pero postura oficial no hay, pues aparte de la coincidencia de considerar que sin duda se trata de un gran honor, como en todo grupo existen discrepancias que no vienen al caso mencionar aquí. Respeto mucho la opinión de cada pariente y si la decisión de la mayoría en el núcleo más cercano es aceptar que se exhumen nuevamente los restos de Fabricio Ojeda, esta vez para llevarlo al Panteón, pues la acato aunque no esté de acuerdo. Eso no tiene por qué fracturar la unión familiar en los demás aspectos de la vida.
Pero lo que sí tengo –como padre, periodista y como venezolano- es el deber de fijar mi posición personal, que es de absoluto rechazo a la utilización de la memoria y los restos de mi papá para hacerle propaganda a un gobierno que con sus políticas totalitarias, arbitrarias y equivocadas, ha puesto al pueblo a pasar hambre, a morir por falta de medicinas, a empobrecerse cada día más, y se niega a aceptar ayuda humanitaria para no admitir que en Venezuela la inmensa mayoría de la población sufre carencias elementales como nunca antes había ocurrido.
No estoy de acuerdo, no porque crea que no es una gran honra el hecho de que los huesos de mi viejo vayan a reposar a la tumba de los héroes, si no porque quien imparte ese honor, es el mismo sepulturero que ha despilfarrado nuestra enorme riqueza y enterrado al país en la más grave crisis de su historia, en tiempos que según el eufemismo debemos llamar “de paz”.
Un “honor” que no sé cómo lo hubiese tomado mi padre, ya que tras su injusta muerte, no podemos pedir su opinión. Sí, es cierto. En 1966 lo asesinaron esbirros similares a los de ahora, pero el dolor y la rabia que eso pudo haberme causado no deben servirme de pretexto para volcar resentimientos contra toda una nación.
No me atrevo a hablar por mi progenitor -y esto lo deberían hacer muchos- pero tengo dudas de que mi papá se hubiera dejado homenajear por un gobierno que ha roto todos los records perpetrando aquellas cosas contra las que él en sus tiempos luchó: corrupción, autoritarismo, falta de democracia, violación de los derechos humanos, injusticia, discriminación, persecución, desigualdad.
Para nadie es un secreto que la corrupción oficial en Venezuela se ha extendido y excedido tanto, que ya se siente en el plato vacío sobre la mesa. No es justo que en los últimos 17 años hayan ingresado al país más recursos que en el resto de su historia, y los hospitales estén peor que nunca, los servicios públicos no funcionen, los niños se desmayen de hambre en las escuelas, miles de obras estén inconclusas, la delincuencia mande en las calles, la inflación alcance la estratosfera y los salarios no alcancen para comer, mientras un pequeño grupo en el poder y sus familias exhiben, ostentan, nos restriegan en la cara –desfachatadamente- una vida llena de viajes, lujos y derroche, mientras pregonan el “socialismo”.
El 23 de enero se cumplen 58 años de la caída de la dictadura perezjimenista, violadora de los derechos humanos, por cuyo derrocamiento mi padre arriesgó su vida. Es curioso –o al menos hipócrita- que se elija esta fecha para hacer el traslado y la respectiva marcha hacia el Panteón, por un régimen cuyo “líder eterno” no solo mostró pública admiración hacia Marcos Pérez Jiménez y su modo de mandar, sino además le pidió personalmente consejos en Madrid.
Es irónico que quien organiza el acto sea el mismo gobierno antidemocrático que ha secuestrado a los poderes públicos; eliminado la soberanía popular -al desconocer a la Asamblea Nacional electa por voto directo y secreto en diciembre de 2015- y le ha arrebatado al pueblo el derecho que le otorga la Constitución de revocar a sus gobernantes. El mismo gobierno que persigue y encarcela opositores, que reprime violentamente protestas callejeras y los cuerpos de seguridad cometen ejecuciones extrajudiciales. El mismo cuyos principales líderes aseguran que en Venezuela ya no habrá más elecciones, pues ellos se quedarán para siempre, así el pueblo pase penurias y no los quiera.
Yo, que tengo sus genes y conozco su historia, no creo que si estuviera vivo mi padre apoyaría a un gobierno como este, pero con el traslado de sus restos al Panteón se pretende afirmar lo contrario. Homenajes así, en vez de enaltecer, mancillan.
Por mi parte, preferiría que sus despojos se quedaran ahí, en el Cementerio General del Sur, junto al pueblo por el que luchó y que todavía no ha visto el fruto de su sacrificio. O, al menos, que lo lleve al Panteón un gobierno decente, con moral para pontificar sobre moral.
Que lo dejaran en la modesta tumba que comparte con los sagrados huesos de mi madre. Que no los separen nuevamente, después de tantos años reposando juntos y en paz.